PERDIENDO ESENCIA
La teoría darwinista se pierde en el registro de los tiempos, si alguna vez hemos sido cooperativos, si cazábamos para el grupo, si vivíamos en un mundo fraternal (no sin los altibajos de la convivencia) hoy el tiempo nos encuentra en la carrera por la pérdida de esa esencia inicial.
El pasado está condenado a no sufrir cambios sin embargo el futuro es incierto, siempre lo es, algunos, los que no están salpicados y promocionan una mejoría desde su perspectiva, la suya, la única que la distancia que sugiere su entorno les deja ver, insisten en que la mejora es sensiblemente clara. Otros en cambio, no sé si más realistas o convencidos de lo contrario, también por su entorno, que en este caso los imbuye sustancialmente en el ambiente en el que viven, ven al futuro con una especie de certidumbre asimilada a su presente. Ese que hemos de vivir por ser el tiempo que nos toca, pero un ejercicio futurista siempre ayuda para estar prácticos en materia temporal y en eso la literatura va en socorro de nuestro entendimiento.
La alineación de mis libros se acomodan en paralelo al desorden de mi vida, ordenada en sentimientos, lo contrario en todo lo demás. Sin buscar, la biblioteca me brindó un encuentro, mejor: un reencuentro, esta vez ha sido Herbert Gerorge Wells con "La máquina del tiempo" que me inció en la práctica, subjetiva sin duda, de ejercitar futuro.
Wells crea el personaje EL VIAJERO que a su vez inventa una máquina que viaja en el tiempo, la desición de viajar al futuro lo instala en el año 802.701.
En la continua búsqueda por saber más, el viajero como humano, ejercita la pregunta del ¿Porqué? y en su imaginario quiere, desea que el avance cronológico muestre mejoría y prosperidad concentrado
en la esencia que contiene lo fraternal, esa unión de seres empecinados en la optimización de una sociedad mejor. Conecta así íntimamente con la sublime pretensión de encontrar una sociedad en
plenitud de su desarrollo y aparece ante sus ojos un mundo habitado en su superficie por seres hedonistas: los ELOI, seres pequeños, bellos y gaciosos pero a la vez débiles y superficiales.
Los ELOI viven en forma despreocupada, sin trabajar, alimentándose de frutos, sin indicios de enfermedad, jugando y amándose. Cuestión esta que lleva al protagonista a comprender lo acertado de su intuición al conjeturar que la sociedad ha concluído en un desarrollo pleno donde el dominio de la naturaleza y la falta de necesidad exime a los sexos de especialización alguna.
El viajero supone entonces que ese ha sido el destino de la humanidad, producto de la resolución de sus problemas existenciales. Pero claro, las historias humanas nunca son tan simples o lo son hasta que perforamos su interior. Descubre que la vida de los ELOI se encuentra signada por un profundo miedo al subsuelo y a la oscuridad. Debajo de la superficie donde víven comunicados por sendos agujeros hay otra vida dominada por siniestras criaturas, los MORLOCK, segunda rama de la especie humana que vive en las tinieblas subterráneas y aparece en la noche en busca de su alimento: los ELOI.
Los MORLOCK, a diferencia de esos seres gráciles vegetarianos e inofensivos, se caracterizan por su fealdad y ferocidad. Seres blanquecinos, de ojos enormes y
sensibles a la luz producto de tanta brutal oscuridad. Carnívoros y con una dieta sujeta a su plato preferido, esos seres graciosos que viven en la superficie.
El viajero comienza entonces a intuir el error de esa visión superficial de su llegada y comprende cuan breve ha sido el sueño de la inteligencia humana. El futuro se convierte así ante sus ojos en
un presente inquietante donde existen dos razas que comparten en una particular simbiosis, un planeta extraño y desolado que ha sufrido catástrofes y transformaciones con un ténue reflejo de
humanidad que pervive en la continua pérdida de esencia a través del tiempo. La necesidad, rechazada durante milenios, convierte su nueva obra pero ahora desde la penumbra subterránea.
¿ Escribió Wells una novela de ciencia ficción ? Es verdad que traza una sombría visión del futuro de la raza humana, pero es toda una alegoría y en ella, en una supuesta exageración, tan supuesta como el tiempo por venir, pretende un llamamiento hacia los hombres constructores del devenir. El ejemplo de los ELOI en clara descendencia de los antiguos capitalistas ultraideológicos y los MORLOCK, los maltratados de hoy, quienes desde una subterránea penumbra acaban por dominar a sus antiguos opresores.
La máquina del tiempo trata fundamentalmente sobre la lucha de clases, marcando una profunda diferencia entre estas y previniendo el desenlace (simil al actual pero al revés) en un futuro lejano de un mundo poblado por dos degeneraciones, que habiendo perdido su esencia inicial, mutan en hombres y mujeres sin cualidades humanas y enfrentados entre sí.
Instantes
Roca y cala, marisco y noche, almohada y deseo.
Una selva tropical en el centro de la ciudad, un recital de percusión y un domingo de sardana, la elección de un color y el sol que se pone rojizo en la terraza.
El desayuno y un avión, una obra de teatro y el cafe de las mañanas, un mercado de colores y el vino de la vida antes del almuerzo.
La cocina, los olores conservados desde la infancia, el laurel, el tomillo, el beso y la caricia, la cena y el amor sin avaricia.
El Hortelano y el Pincel, la música y un pensamiento de momento compartido.
La vela y el sofá, la rosa y el mantel. El color de tus ojos que se ajusta invariablemente a la sonoridad de mis palabras, tus palabras que son mis propios ojos buscando tu mirada.
Tus brazos, tu espalda y la oposición nocturna de nuestros cuerpos que en la mañana vuelven a mirarse.
Te quiero como siempre, pero te quiero como nunca porque el día ya termina y ayer es siempre menos.
SUEÑO
Eran las 6,15 cuando se despertó, quedó un rato mirando el cielorraso y como cada día a las 7 estaría de pie.
Para Román hoy era un día como otros pero no tanto porque por primera vez había intentado desde las 6,15 y hasta las 7 menos un minuto interpretar el sueño de la noche anterior. Los recuerdos confusos como se suelen mezclar en los sueños abrían posibilidades a cada acto imaginado que se subordinaba o quedaba retrasado ante otro pidiendo prioridad, así lo mandaba el subconsciente pensaba, pero igual el tiempo no cuenta, en un sueño puede pasar una vida, se acota a ese espacio atemporal donde la decisión le venía dada.
En la primera imagen, ahora imaginada se vio sentado esperando ante una mesa en una bar lejano de tumultos como único parroquiano aguardando, sentado allí solo a la espera, miraba sin ver, oía sin oír, lo importante era esa demora que parecía interminable.
Román por momentos parecía triste, la irresolución de aguardar, el temor (la esperanza) tardó un tiempo, tiempo de sueño en saber lo que esperaba, quizá otra vida mejor que la que tenía, quizá perseguía un sueño dentro del sueño. Pronto lo supo, la esperaba a ella, le costó articular un nombre solo leía su imagen imaginada, pequeños ojos brillantes, unas arrugas que suponen tiempo acompañando las comisuras de su boca. Unas manos agradablemente grandes y soñadas para el sueño. No pudo ahora recordar nombre alguno, pero el sueño volvió a retrotraerse por inimaginables preferencias soñadoras a momentos (una vida) antes de la espera, donde ella, antes de tenerlo sentado le había dado parte de su tiempo, la promesa de quererle aún más, una vida en completa armonía con sus cuerpos y sus almas, le había llenado de regalos inmateriales envueltos de esperanza
Abriéndose paso una nueva insurgencia, otra acción, Román intuía una mentira aunque no atinaba acomodarla, no supo si el tiempo fue pretérito pero pronto entendió que estaba bien sujeta entre la espera y las promesas, intuía que aquellas promesas se bifurcaban y que también tenían como dueños otros destinos, aun así no quiso pensar en el engaño, aquellos ojos no parecían capaces, como tampoco los suyos lo eran de una sutil percepción.
Volvió el sueño a instalarse en la espera como último remanso, se vio esperando, sentado a la mesa cercana a una ventana enrejada como recalcando su condición de eterno prisionero de la demora. Eran las siete menos un minuto y no sabía si realmente había imaginado o soñaba que soñaba.
(Explorar el pasado, evocando recuerdos desordenados)
“Hace ya muchos años que, de mi infancia en Combray, solo existía para mí la tragedia cotidiana de acostarme. Un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso tomar, contra mi costumbre, un poco de té. Dije que no, primero, pero luego, no sé por qué, cambié de opinión. Mandó a comprar uno de esos bollos pequeños y rollizos que se llaman magdalenas, y que parecen haber sido moldeados en las valvas con ranuras de una concha de Santiago. Pronto, maquinalmente, agobiado por el día triste y la perspectiva de otro igual, me llevé a los labios una cucharada de té en la que había dejado reblandecer un trozo de magdalena. Pero, en el instante mismo que el trago de té y migajas de bollo llegaban a mi paladar, me estremecí, dándome cuenta de que pasaba algo extraordinario. Me había invadido un placer delicioso, aislado, sin saber por qué, que me volvía indiferente a vicisitudes de la vida, a sus desastres inofensivos, a su brevedad ilusoria, de la misma manera que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa; o, más bien, esta esencia no estaba en mí sino que era yo mismo. Y no me sentía mediocre, limitado, mortal. ¿De dónde podía haberme venido esta poderosa alegría? Me daba cuenta de que estaba unida al gusto del té y del bollo, pero lo sobrepasaba infinitamente, no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía? ¿Qué significaba? ¿Cómo apresarla? [...]
Y, de repente, el recuerdo aparece. Ese gusto es el del trocito de magdalena que el domingo por la mañana en Combray (porque ese día yo no salía antes de la hora de misa), cuando iba a decirle buenos días a su habitación, mi tía Leonie me daba, después de haberlo mojado en su infusión de té o de tila. La vista de la pequeña magdalena no me había recordado nada, antes de probarla; quizá porque, habiéndolas visto a menudo después, sin comerlas, sobre las mesas de los pasteleros, su imagen había dejado esos días de Combray para unirse a otros más recientes [...]
Y desde que reconocí el gusto del trocito de magdalena mojada en la tila que me daba mi tía (aunque todavía no supiera y debiera dejar para más tarde el descubrir por qué ese recuerdo me hacía feliz), en seguida la vieja casa gris, donde estaba su habitación, vino como un decorado teatral a añadirse al pequeño pabellón que estaba sobre el jardín ...”
Marcel Proust, Por el camino de Swann,
No pensé nunca que me iba a aficionar al intento de investigar la intrínseca conexión entre aroma y sentimiento, aroma memoria sentimiento, pero así fue, en forma inconsciente al igual que lo que llevamos a cabo al inspirar, así mi vida fue virando como el tornasol que cambia de color como la vida cambia de momentos.
Quizá el escepticismo respecto a ciertas verdades mundanas, la banalidad o esa forma tan subjetiva que tenemos de vivir a veces la vida no me había llevado a captar el contundente valor de las cosas que subyace muy dentro de ese aparente visión circunstancial que solo define apariencia. El aroma, el olor, el perfume o la fragancia nos llevan, como en el caso de la magdalena de Proust, a conectar con momentos ricos en sentimientos, no es que me hubiera empecinado, fue Yanela la que me llevó a la situación de confiscar sentimientos a través de la memoria incitada por aquellos aromas que se ven reconocidos en el tiempo y en algún lugar que nos es familiar.
Sucedió como suceden invariablemente las cosas que pasan en la vida, esta vez y aunque fue con el oído, el repiquetear del tintineo comenzó a brindarme una especie de alegría momentánea, quizá también hubiera relacionado en aquel momento el suave tintineo con Almiranta, la vaca de mi abuelo que hacía sonar su cencerro al tiempo que buscaba la mejor hierba.
Esos domingos un poco abúlicos, caminaba por la Av. Sao Joan y al llegar a Ipiranga me detuve en la esquina norte/sur, viré la cabeza y leí atentamente Esquina MPB, mi corazón latió rápidamente y aunque debo decir que no fue por el olor, porque aún no me impregnaba la idea, mi corazón se inclinó hacia la poesía invocando la música popular brasilera, estaba en el Bar Brahma. En la terraza, en medio de aquel murmullo encontré un lugar donde sentarme a espaldas de una mujer infravalorada en cuestión de importancia por el mero hecho de una impronta momentánea, solo pude confirmar que era rubia…rubia y solitaria.
Pregunté al camarero que podía aconsejarme para ese mediodía de domingo. Me informó amablemente: “puede experimentar iguaria bahiana, por ejemplo BOBÓ DE CAMARAO preparado con aceite de dendé y leche de coco” que era lo que le acababa de servir a aquella señora rubia…Insistí en algo más lugareño, me dijo”. Pues…FAVORITO DE CAUBY, un picadillo de filé mignon con base de cerveza negra, arroz, farofa y pastel de banana” Me gustó lo de farofa, me recordó a Minas Gerais y ese fue mi plato de domingo.
Mientras esperaba, bebía cerveza y leía en aquel cardapio….”Alguma coisa acontece no meu coraçao – Ipiranga y Sao Joao –“Fue cuando comenzó el tintineo, una suave armonía momentánea producto del choque de metales, no logré mirar con detenimiento porque provenía de una sonoridad que estaba a mi espalda, pero mi empecinamiento me hizo decantar la verdadera razón. Aquella rubia cubría la mitad de su antebrazo con pulseras metálicas, cada vez que bebía un sorbo cerveza, las pulseras lograban un parangón inconsciente con la Almiranta y me llevaban y retrotraían del pasado al presente.
Ensimismado tal cual es una situación constante en mí no me percaté de la llegada siempre auguiriosa del amigo que no veía hacía muchos años. Otto Vianello, un italiano que había conocido en Paris y que residía en Sao Pablo y que casualmente era asiduo al bar, me avisaba de su presencia con sus dedos en mi cuello para llevarme a un abrazo de esos que solo los italianos saben improvisar… ¡Mamma mía! ¡Moranguinho! Acabó diciendo..
¡Uff años que no me llamaban así!
Mientras se sentaba frente mío y ordenaba una cerveza, había empezado a conversar de viejos tiempos, de la compra frustrada de aquel negocio en el Balneario Camboriú que nos había comulgado en una amistad duradera.
¡Noites mágicas! Repetía incansablemente…
Sin embargo y aunque hacía años que no nos veíamos, me parecía que no estaba concentrado en aquella conversación de recuerdos, es más, en forma constante torcía su cuerpo lejos de la perspectiva de mi persona y observaba por momentos a mis espaldas, no lo hacía todo el tiempo, pero su desplazamiento era algo constante.
¿Te interesa la rubia?
- Quizá, amico, contestó en su lengua casi olvidada.
De pronto y fiel a su estilo, se levantó repentinamente, me dejó de lado y se quedó parado al costado de la intrigante rubia…
- ¡Yanela! Dijo sorprendido Otto Vianello.
La rubia se levantó cual resorte, abrazó a Otto Vianello y le dijo:
- ¡Nicascio!
- ¿Nicascio? Dije sorprendido
Acto seguido, me cogió del brazo, me hizo sentar frente a la rubia y dijo:
- Yanela…Alexis, Alexis…Yanela
- Insistí… ¿Nicascio?
Otto Vianello sonrió.
Me contó que Otto y Vianello eran los nombres de sus abuelos, el Alemán y el italiano y que en los tiempos que nos conocimos se hacía llamar así pero que su verdadero nombre era Nicascio.
Estuvimos conversando los tres hasta altas horas de la tarde, se mezclaron recuerdos, ficciones, vivencias, frustraciones. Fue muy interesante, además de ponerle nombre a aquella rubia que verdad era como una Yanela, me gustó cierta coincidencia con ella, porque era más que aquello que se podía ver en ella, mucho más. Sin embargo no captaba muy bien la relación que unía o había unido a Otto… bueno a Nicascio con Yanela, así que opté por no demostrar demasiado interés aunque creo que mis poros destilaban ansiedad de saber más sobre aquella persona que emanaba un intenso olor a mujer asimilada a mi estilo, ya no oía el tintineo, ahora estaba atrapado en sus pequeños ojos brillantes. No pude discernir en el momento si Nicascio lo hacía por favorecerme, por alguna ocupación contractual o por haber captado esa inconfundible manera de expresarnos de los humanos cuando nos interesa alguien. Lo supe, pero no fue en aquel momento. Lo cierto es que Nicascio se levantó de su silla, nos saludó efusivamente y se fue so promesa de volver a encontrarnos en algún otro momento.
- Fue agradable, atinó a decir y se fue caminando por avenida Sao Joao
Yanela y yo nos quedamos sentados conversando y logramos tender un puente de comunicación como pocas veces se logra construir entre las personas, fue un momento donde las expresiones se confundían de tal manera que ni yo ni ella sabíamos si lo que decía el otro era realmente la palabra propia expresada desde otros labios, los gestos, aquellos deliberadas manifestaciones de pudor y erotismo nos envolvían con movimientos de manos y sonrisas de miradas.
Llegó el momento de la despedida, caminamos unas calles y luego nos saludamos. Yanela se acercó a mí, nos besamos discretamente y su aroma penetró en mi subconsciente buscando un lugar donde alojarse. Es curioso que logremos guardar en forma inconsciente la información relacionada con el tacto, el olfato y logren penetrar en los hemisferios cerebrales. El sentido del olfato es de verdad intrigante, enigmático, involuntario y difícil de describir. Yanela se dejó ella misma instalada en mí y desde aquel instante para siempre detonando su fragancia en los momentos más inverosímiles que nunca se eligen, vienen como desembocaduras fluviales y se desplazan a su antojo proponiendo en no olvido de aquello que es parte de uno mismo.
El paso de las horas desde aquel día estaban hechos de calcular no calcular el tiempo sin verla, la alquimia de intentar adivinar la ilusión desde el otro lado o quizá la desesperante indiferencia. Con todo y ante aquella situación embriagante de galanteos, olvidé, olvidamos establecer continuidad, ninguno, ni yo ni ella nos quedamos con un número de teléfono, inverosímil pero real así como mi desesperación por buscar el hilo conductor que me lleve a un nuevo encuentro.
En forma urgente llamé a Otto Vianello, después de buscar en antiguas agendas su móvil, logré dar con él.
- Hola, ¿Otto Vianello….Nicascio?
- Yo mismo…Hola Moranguiño!! ¿Cómo vas? ¿Cómo te ha ido con Olhype?
- ¿Olhypé? ¿Pero es que nadie se llama como dice que se llama?
- Perdona, con Yanela
- ¿Por qué has dicho Olhypé?
- Bueno…Yanela ha sido una compañera de infancia y luego me convertí en su confidente, en su amigo, nunca hubo más que eso entre nosotros. Cuando pequeña, Yanela era la más alta de la clase y le decíamos ojos pequeños, pies grandes, olhypé. Los vi muy ensimismados y me hice a un lado, espero que la hayan pasado bien.
- Te llamo porque olvidé pedirle su número de teléfono
- ¡¡Vaya con Casanova!!
- Lo sé, ha sido un error, aunque debo decir…compartido, lo cierto es que quería saber si tenías su número.
- Lo siento my friend, el encuentro del domingo con Yanela y contigo fue enteramente casual, hacía mucho que no la veía y obviamente a ti. No tengo contacto alguno con Yanela, aunque ella es inteligente, si siente que puede haber algo más contigo, te buscará. Por cierto, menos mal que has llamado, tampoco tenía tu teléfono, pasó mucho tiempo…volveremos a vernos, al menos eso espero. Ten paciencia Alexis, habrá una segunda vez. ¿Te ha contado algo?
- ¿Debía haberlo hecho?
- No…bueno, digo….
- A ver, dime lo que no quieres decirme
- Pues, no puedo. Los dos sois amigos y si ella no te ha contado nada…yo he sido su confidente y no puedo decirte nada que ella no te haya dicho. Lo siento Alexis, lo mismo le diría a ella sobre un asunto que me hubieras contado.
- Pero….
- No hay nada malo, es una confidencia.
Entre mi desconcierto y sus palabras, nos despedimos y me senté sobre la cama como en una nube de esperanza, suavemente y casi distraído, me dormí hasta que el sol obligó a mis párpados a entreabrirse.
En enero, esperaría febrero, un salto a marzo y ni noticias de Yanela. No sabía cómo hacerlo, el desconcierto se había juntado con el desgano y los grises se convertían en negros muy a menudo. Eso hizo que improvisara una estrategia. ¿Y si Yanela fuera asidua al Bar Brahma? Decidí entonces a partir del segundo domingo de marzo, dar presencia en el bar, en la misma mesa de ser posible y a la misma hora todos los domingos restantes hasta poder dar con ella. Una estrategia un poco vaga, sin sustento, pero al menos dilataba mi maltraída esperanza. Domingo tras domingo a la misma hora que aquel día, me sentaba y hasta mis movimientos, mis bebidas fueron desesperadamente rutinarias, abúlicas, sinsentido. Después de casi tres meses, promediando mayo casi había agotado la paciencia de mis esperas, un domingo, el que había decidido que era el último de antemano, mientras me dirigía hacia el bar y sin saber porque, cambié mi rumbo, ya no dirigía mis pasos hacia Sao Joao e Ipiranga, solo caminaba en sentido de una vaguedad no calculada, algo como abúlico e impersonal, no sé si era yo el que se desplazaba u otro que zigzagueaba sin sentido hacia un lugar desconocido.
En una toma de conciencia sobre lo que hacía, fui tomando nota mental del trayecto, caminaba por una calle llamada Duque de Caxias, viré en Consolaçao hasta la avenida Brasil hasta llegar a la plaza California decidí entrar en el bar Da Praça, un pequeño y acogedor bar que tenía un aroma cultural, cuadros y libros denotaban su carácter, me sentía en una pequeña parte de mi mundo. Pedí un café largo y sin azúcar. Fue entonces cuando vi una información que estaba sobre la barra cercana a mi mesa, me acerqué tomé un folleto que publicitaba un lugar llamado Baró. Decía literalmente “Galpao, espaco dedicado a artistas das décadas de 1970 e 1980, mostras excluisivas e inéditas” Rua Barra Funda 216. Terça a sexta, das 10ás 19h, sábado das 11h asl 16h. tel (11 3666 6489) Constaba un mapa y estaba a ocho calles. Pagué y me dirigí hacia el lugar.
El Galpao es un lugar amplio con divisiones circunstanciales donde exponen varios artistas contemporáneos. En la entrada hay en un costado una especie de mesa redonda con diferentes books pertenecientes a pintores y escultores que exponen. Divisé dos de los cuatro que tenían presencia pictórica en la sala, también había un plano de situación.
Juarez Machado, me pareció interesante, un pintor de Joinville que, aunque vive en Paris tiene un estilo art Deco/Figurativo. Me sedujo la idea de contar historias románticas, sexo y seducción que subyacen en la vida nocturna de bares, clubs y fiestas elegantes. La elegancia vestida de transgresión que sucede con las manos bajo la mesa. Bajo uno de sus cuadros rezaba: “El arte para mí es tratar de encontrar mi propio tamaño, mis límites en el pasado, mis medidas en este, mi espacio en el futuro”. El segundo pintor de mi elección fue Fabio Baroli, que aunque vive en Río, es nativo de Minas Gerais, tiene mucho de erótico e impone su deseo de provocar otras emociones más íntimas y cercanas. Lo extraño en este caso fue que Baroli, nacido en 1981 nada tiene que ver con 70/80. Fue en un cuadro de este pintor donde me detuve más tiempo, quizá por el título para empezar porque toca las fibras de lo que no se ve y en definitiva es lo que me gusta. “En la intimidad uno se angustia” era el sugerente nombre del cuadro impactaba la semidesnudez de una mujer que aporta su calor corporal y deja sus piernas entreabiertas bajo las faldas. Allí quedé y me acerqué lo bastante para mirar algo en el cuadro, algunos, los más se alejan, yo neófito, hice lo contrario, más me acercaba más parecía ver.
Una voz detrás de mí dijo:
- No es una mancha.
Enrojecí de pronto. Viré y el calor del cuadro trasuntó mi cuerpo. Era ella, Yanela. Casual causal que llenaba de color y vida el momento más allá de la muestra pictórica. Nos quedamos mirándonos por un instante eterno, sin palabras, solo nos mirábamos y sonreíamos hasta que sonó un móvil que hizo perder ese efecto ilusorio cambiando por una cruel realidad también momentánea, algo fútil quizá que nos alejaba del sueño. Yanela cogió el teléfono de su bolso.
- Hola, si, si ya está, estoy con él, gracias, luego hablamos. Nicascio que me daba tu teléfono
- ¿Justo hoy?
- Es que…Creo que fue un error de los dos, y yo no tenía el teléfono de Nicascio…
- ¿Y cómo?
- Es que llevo meses buscando un contacto que lo conoce y que de seguro tenía su número de móvil y ayer pude dar con él, estaba en Paris y volvió justo ayer.
- Supongo que los mismos meses que yo te busco en guía, que voy al bar los domingos…
No sé si fue retomar o fue algo así como si aquel domingo hubiera sido ayer y hoy lunes nos viéramos por segunda vez. Lo cierto que había en un principio una cierta confirmación de la sospecha. La primera vez que la tuve en mis brazos tocarla fue como llegar a casa. La maravilla de la sorpresa una y otra vez, ¡teníamos tanto que contarnos! Pero era todos los días, todos los días había aportes, descuidos y abundantes sesiones de miradas y presencias aún sin estarlo, sin estar presente, sin la cercanía de los cuerpos, aún estábamos juntos. Las primeras semanas por algunos momentos intentaba hacerme a la idea que era algo momentáneo, una especie de coraza anti sufrimiento que nos inventamos creyendo que eso nos salvará. Pero con el paso del tiempo esa idea “protectora” desapareció y quedé a la merced de los acontecimientos que me sobrepasaban.
Hacer el amor con Yanela era algo continuo, el acto en sí, el sexo era como mirarse, tomarse de la mano, caminar; a la vez que mirarse, tomarse de la mano, caminar era hacer el amor, hacerlo a diario, en nuestras conversaciones, en la cocina cuando Yanela pedía permiso para sazonar mi salsa, cuando yo agregaba perejil a su tostada con tomate.
Yo vivía en un pequeño apartamento cerca de la Av. Sao Joao, Yanela tenía su casa en el barrio Perdizes y era donde estábamos la mayor parte del tiempo. Todo en Yanela me atraía, su forma de decorar, de proponer ambientes cálidos, luz difusa, su comida….su forma de amar porque amar era la forma misma. Fueron los tres meses más maravillosos de toda mi existencia. Tres meses. Solo tres. ¿Cómo sucedió? Así como así. Yanela un día desapareció sin dejar vestigio, sin mensaje, sin despedida. Infructuoso fue llamarla, ir a su casa, estar horas en los aledaños. Yanela me rompió el corazón en mil pedazos. Me sugerí a mí mismo aquello de amar sin ser amado pero no entendía la circunstancia porque lo que emanaba no era eso, sino el mismo flujo que circulaba de ida sí, pero también de vuelta. Volvían a pasar los meses sin mí. Yo ya no era yo. Tomé una decisión, dejé la vida en la ciudad y volví al pequeño pueblo que fue mi residencia durante muchos años. Volví a Itajaí, el pequeño pueblo pesquero me había cobijado desde los 80, muy cerca a pocos kilómetros del Balenario Camboriú tenía amigos que terminaron regenteando una disco. Encontré un pequeño apartamento con vistas en la playa Buraço y allí viví durante años. Volví, pero alejarse a veces no soluciona el problema, solo que cambiar de ambiente ayuda.
La escritura, la lectura, siempre han salvado los momentos más álgidos y me ayudaba a acompañarme de mi mismo, es una introspección constante que ayuda a verbalizar nuestros vacíos, sentimientos. Un intento es una aventura así que el mío, el de alguien que escribe cuentos intentar escribir novela es complicado, pero en esa complicación se encuentra el gusto y la forma de evadirse y de no pertenecer por momentos a este mundo letal. Consciente de que la novela solicita del autor información, comencé a escribir sin preocuparme sobre lo que iba escribir, solo me dejé llevar, siempre es así, cuando uno se adentra, luego necesita la información para después, si ficciona, cambiarla a su gusto, después de todo, escribir es definir un estilo, el propio. De todas maneras y aunque internet ayuda, era necesario para mí, oler libros, así que me tenía que desplazar hacia bibliotecas y poder tocar, oler e imaginar de otros autores consecuencias de sus escritos.
Habían pasado dos meses de la huida de Yanela, ya no pensaba todo el tiempo en ella, pero pensaba, la imaginaba aún cocinando y riendo a mi lado. Decidí entonces consultar la biblioteca que más tuviera que ver conmigo. La biblioteca Albertina Ramos de Araujo, una biblioteca nominada como nostálgica, allí una antigua casa de dos pisos guarda en sus estantes la historia viva del mundo. Apenas 90 kilómetros me separaban del lugar, llegué a Sao José y pronto estuve en la Rua Padre Macario 10, lugar de la biblioteca. Entré y comencé una búsqueda sin guía, abría y cerraba libros sin saber que buscaba, cuando lo encontrara sabría que estaba buscando.
“Le Rouge et le Noi” de Stendhal, una novela de fines del siglo XVIII que mostraba una Francia borbónica y un poder omnímodo del ejército (rojo) y del clero (negro) fue la pista, pero no fue esta novela la que me llevó a considerar ciertas situaciones que sentía como propias. En la novela, una de las amantes de Julián Sorel, Madame Renar, era dada a la lectura de ciertas novelas románticas y había una especial que simbolizaba su momento, el de ella y el de su amante Julián. La novela en cuestión estaba escrita por Jean Jaques Rosseau, originariamente titulada “Cartas de dos amantes”, habitantes de una pequeña ciudad a los pies de los Alpes y se inspira en la historia de Eloísa y Pierre Abélard, incurriendo en una sublime entrega que poco a poco sobrepasa la pasión amorosa. La obra habla sin duda del amor, pero instala una teoría filosófica con la que Rosseau explora valores morales dando preferencia a la ética. Me interesó la perspectiva que brinda el amor cuando salta vallas que nos presenta la sociedad. Una joven noble enamorada de su preceptor de origen humilde y que obliga a las partes a amarse en secreto. La novela es epistolar y aunque las primeras ediciones la daban como “Cartas de dos amantes”, el libro tuvo su consagración como “La nueva Eloísa”.
Volví y a la mañana siguiente en la estrecha calle que me separa del mar, se encontraba un coche azul y de pie, junto a él la mujer que, como en un gráfico de ejes cartesianos, había curvado en forma de parábola descendente una vida colmada de esperanza. Caminé hacia ella y permanecimos paralizados en una mirada eterna caracterizada por un grito mudo de impotencia y un lo siento en la mirada. Caminamos por la arena, nos detuvimos sin mediar palabra mirando el mar. Sentados allí, Yanela giró su cuerpo hacia el mío dejando el mar a un costado y me obligó a imitarla. Sin dejar de mirarme ni por un segundo comenzó diciendo:
- Te contaré que ha pasado, lo que pasa y un poco la historia de mi vida
- La verdad es que no llego a comprender como…
- Te pido, eso sí, no me interrumpas, está en mi ánimo poder dar transparencia al cómo y porque he actuado como lo he hecho.
El énfasis y su determinación me fueron preparando para escucharla mientras me internaba en la sinceridad de esos ojos brillantes que hacía mucho no me dejaban dormir.
- Siempre he sido menos sana de lo que parezco. Durante mi adolescencia sufrí una enfermedad rara que aunque no duró mucho fue premonitoria de otra que me hizo aborrecer mi nariz. La bromhidrosis tiene que ver con el olor corporal y aunque se considera rara, en mi caso fue solo el comienzo de la rareza. De todas formas con el paso de los años desapareció sin más, siempre supuse que mis glándulas sudoríparas iban al ritmo de mis hormonas pero según me pareció se fueron autocontrolando. El problema y el colmo de la rareza me llegó después con casi treinta años comenzó a evolucionar en mi un estado inconsciente de emociones rescatadas del pasado que se fue exacerbando con el tiempo. Lo cierto es que ni siquiera es considerada enfermedad y solo hay un puñado de médicos especialistas dispuestos a tratar algo que nadie trata, entre ellos se encuentra el Dr. Mistakis que es mi médico hace más de 20 años, reside en las afueras de Paris y ya hace un tiempo que cuando me atiende me recibe en su casa, él y Teófila, su mujer han sobrepasado lo profesional y…soy, se podría decir una amiga de la familia. Y es justamente donde he estado este tiempo en que nos dejamos de ver, de allí vengo, de Paris.
Como es de imaginar, intentaba comprender mi padecimiento pero es compleja la comprensión cuando no se tiene ni idea de las causas. Solo Mistakis y sobre todo en los primeros momentos pudo darme un poco de luz más que nada con su trato afable y comprensivo mucho más que con su saber hacer.
Los olores son una mezcla compleja, una combinación de diferentes categorías. No tuve en claro nunca si predomina lo físico o lo psíquico aunque me inclino más por lo segundo, creo que la fascinación en los humanos está íntimamente ligada a sensaciones, emociones y experiencias. Los olores, atraen y repelen, son parte del cortejo, establecen atracción o quizá alarma. Lo cierto es que el olor es un estímulo y en él hay una especie de reconocimiento de algún momento ya vivido. Mi problema Alexis es que, si bien conviven tanto los momentos de felicidad con aquellos que los que sufrimos, estos últimos me aniquilan como persona. El hecho en sí es que hay aromas, una mezcla de ellos o quizá uno determinado que me conduce a momentos aciagos, mis receptores olfativos remueven lo que está instalado en mi memoria y eso me lleva a una depresión que tardo en controlar días, a veces semanas. La intensidad del aroma no solo es fuerte sino que termina en una descripción y apreciación, ambas inconscientes. Hay cosas que fui aprendiendo con el tiempo, el umbral que es la concentración mínima que percibe el estímulo en mi es revelador de lo que me pasará seguidamente después de pasado dicho umbral.
Como comprenderás, me fue difícil explicar esta situación a la persona con la que estaba viviendo el idilio que ha marcado mi vida. Entiendo que las cosas se deben compartir, sin embargo estando en mi lugar y ante el miedo diario que volviera a suceder, a llegar al umbral y tener que desaparecer de improvisto…
- Lo has hecho, has desaparecido sin más
- Sí y no. Lo que hice fue paradójicamente al revés, comencé a sentir que me faltaba algo, que ya me había acostumbrado a que me sucediera que algún aroma alcanforado, floral, frutal me llevara al intento de desertar de tener una vida normal. Me fui sí, desparecí pero me fui corriendo a Paris para exponerle a Mistakis la preocupación de no estarme sucediendo lo de siempre, casi podría decir que extrañaba mi infelicidad, ese llegar a ese umbral que me llevaría inexorablemente a situaciones caóticas que ya eran parte de mi vivir. Mistakis con su infinita paciencia me hizo todas las pruebas, hasta me expuso a fragancias como ambergris que es una fragancia que de origen animal y al alcanforado pero con resultados neutros. Un día, después de cinco semanas de análisis y comprobaciones Mistakis me dijo en el desayuno:
- Yanela, he estado pensando y revalorizando toda tu historia clínica, me gustaría que esta tarde vayas a mi consultorio y hablemos tranquilamente.
Intrigada, inconsciente pero esperanzada, Yanela estuvo a las tres en punto en el consultorio.
Al entrar se percató que aquel médico, su amigo, la esperaba sonriente, sentado y pulcro al frente de su escritorio y mientras la miraba y la invitaba a sentar, decía:
- El Dr. John Amoore fue quien propuso la teoría de la mezcla de categorías olfativas, y en ti se daba esa circunstancia muchas veces de una conjunción de aromas. En realidad cuando llegaste a mi consultorio en aquellos años yo navegaba en el sistema olfativo como quien se compra una barca nueva y sale al mar, tu ayudaste a mi mejor comprensión de los problemas humanos que debemos tratar los médicos. Querida Yanela, toda tu enfermedad, si se le puede llamar así, tiene un tinte muy elevado de psicosomático, en realidad habiendo estudiado más que tu historia clínica, tu historia como persona, he llegado a la conclusión que tu infancia pubertad y madurez tienen un síntoma que es el enclave de mi diagnóstico. La falta de amor ha sido la clave de la mayor parte de tu existencia, querida Yanela, el tiempo que has vivido en un idilio permanente ha sido la clave de tu cura, si tengo que extender una receta yo diría que regreses cuanto antes al lado de la persona con la que amas y con la que llegaste a la posibilidad de sentirte como una extraña en ti misma por faltarte el connato de la infelicidad. “El amor no tiene olfato ni nariz el corazón” es el título de una novela interesante que he leído hace poco y que deberías leer. Aunque tu estado sea la incredulidad, querida mía, estás curada.
- Las palabras de Mistakis que aún resuenan en mí, fueron las que me trajeron hasta aquí.
Los ojos de Alexis no dejaron nunca de estar atentos a las necesidades de Yanela, el paso del tiempo lejos de convocar el habitual desgaste, ha logrado afianzarlos más en la relación. Hablan mucho pero cuando no lo hacen sus miradas, sus gestos son el mejor acabado de ese amor que impregna el aroma de la casa.
Hoy leyendo
AROMAS DEL TIEMPO
Los que escribimos hemos sido grandes lectores, aunque va mermando con los años la actitud, siempre hay algo interesante que nos mueve en una búsqueda, a veces hasta casi inconsciente, de pensamientos pares u opuestos. Leemos, releemos porque es el sentido de escribir, leer, iniciar un monólogo interior, volcar nuestra propuesta, lo que pensamos, que es verdadero sentimiento puesto en letras.
Hoy leo un pequeño libro que llegó a mis manos causalmente porque la casualidad no tiene nada que ver con entrar a una librería y obtenerlo. Este pequeño libro cuyo nombre es AROMAS DEL TIEMPO, es obra de un autor coreano nacido en Seúl, Byung - Chul Han, quien es profesor de la Universidad de las Artes de Berlín.
El mensaje de Han es recopilatorio de actitudes que nos han llevado a un cambio acelerado de esta sociedad exultante de modernidad. Esa modernidad que nos quita tiempo, lo acelera; se ha perdido el arte de desmoronarse al más puro estilo Proust, no hay intervalos entre los instantes desmereciendo así al tiempo en su sentido. Así todo va de carrera, los objetos devienen en efímeros en un mundo desintegrado. En la secuencia de instantes, el tiempo en sí pierde la duración, tan importante para el transcurso de este y se vuelve, se ha vuelto impermanente. La vida acelerada, la rapidez en vivir experiencias, en transitar lo raudo que nos aleja de lo meditado.
Los que estamos preocupados en el alargue en pro del disfrute, nos da por pensar, interpretar, convencernos en no estar de acuerdo o sí, intentamos eternizar el instante para no vivir en esta sensación acelerada de un paso temporal que da vértigo. La obsolescencia inmediata de lo nuevo es producto de esa rapidez que no deja lugar siquiera a la perplejidad. El mismo presente carece de sustancia debido a lo transitorio y al cambio de un nuevo cambio. Nuestra retina no logra muchas veces una atención verdadera debido a la rapidez del envejecimiento acelerado de los fragmentos que pasan ante nuestros ojos. Han nos alerta que hemos perdido la facultad de percibir y apreciar el “aroma del tiempo” que va adosada a esa morosidad que plantea Proust en sus Caminos del Swann, justamente en su Búsqueda del tiempo perdido. Debemos recuperar duración, morosidad para recuperar ese aroma de ese tiempo esfumado en actitud. Se requiere demora, un camino en márgenes de lo contemplativo sin objetivos marcados, esa misma demora necesaria para el transcurso de ese tiempo requerido. Vivir raudamente en el intento de no perdernos nada, hace que perdamos la esencia de la vida, o sea nos abocamos a perdernos todo. Me quedo con una de las frases de Han:
“La vida gana tiempo y espacio, duración y amplitud, cuando recupera la capacidad contemplativa”.
«No sé si el cuento es una manera de vivir como la poesía, pero sé que escribir cuentos es una manera de mirar». Isidoro Blastein
Los amantes
El teléfono estaba sonando mientras Sarah en la otra punta de la casa no había llegado a cogerlo. Volvió a sonar...
- Hola
- Hola, ¿podría hablar con Roberto?
- Temo está equivocado de número, aquí no hay ningún Roberto.
- Lo siento, debo haber marcado mal el número
Eran las diez de la mañana cuando esa primera llamada, a las cinco de la tarde volvió a sonar el teléfono
- Hola (contestó Sarah nuevamente)
- Hola, buenas tardes, no sé si sigo estando equivocado o ¿puede usted comunicarme con Roberto?
- Ya le he dicho esta mañana que aquí no hay ningún Roberto, debe verificar el número, porque al que está llamando es erróneo
- Perdone Usted otra vez, no es mi intención molestar, pero es que lo he testado y es el número que Roberto me ha dado en oportunidad de haber estado con él en Madrid.
- Bueno, si que el prefijo es correcto ya que este número pertenece a Madrid, pero como le dije, no hay aquí ningún Roberto.
- Lo siento
- No es nada, buenas tardes
Los días eran tristes para Sarah que confirmaba su soledad cada mañana, la imagen de sus padres que ya no estaban, corroboraba que el último vestigio de compañía se había esfumado. Su carácter, forjado en la destemplanza, se había vuelto agrio, sus noches alargadas, sus días cansinos y sus cenas llevaban sus ojos a la mirada de un infinito perdido.
Su nostalgia tomaba dimensión en ciertos momentos cuando recordaba aquel noviazgo que dejó su alma sin pudores, tantos años de esperanza y luego el engaño se llevó lo poco que atesoraba, aunque ya no era relevante el recuerdo de aquel hombre, sino el simple estado de monotonía que le hacía recordar su compañía.
Sarah había nacido en una familia de labriegos, de esos que la dureza los convierte en esa forma de pureza donde todo se ve y se huele de antemano, hombres y mujeres acostumbrados a las faltas, pero que a su vez, emanaban con sublime sencillez, ese cariño irrenunciable a su entorno.
Pasados dos días de aquella llamada a un teléfono que ya casi era una parte más de los recuerdos, volvió a sonar
- Hola
Pasaron unos segundos, interminables segundos sin que del otro lado de la línea se escuchara una palabra por respuesta
- Buenos días, eh... mire, perdone pero...bueno no sé … es que yo...
- ¿Quién habla?
- Soy yo … digo, el que buscaba a un amigo …
- ¡¡Otra vez!!
- Lo siento, no quiero molestarla, pero su voz se me ha tornado familiar y …
- Escuche, voy a colgar, no me parece procedente la conversación
- Por favor, sólo un momento
La mujer calló por unos instantes, luego de ello dijo:
- Bueno, supongo que debe haber encontrado a ese tal Roberto
- Oh, ¡se acuerda! Quizá si le hubiera dicho mi nombre, también se hubiera acordado de mí
- Es la tercera vez que llama, ¡como para no acordarme!
- Julián, es mi nombre ¿y el suyo?
- Sarah (contestó languidamente)
- Mucho gusto Sarah
- Con hache al final
- ¿Me deja hacer algo?
- ¿Algo como qué?
- Adivinar
- ¿Adivinar?
- Si adivinarle la vida
- ¡Usted es como un niño! ¡Y un atrevido! Llama aquí por un número equivocado y ahora quiere adivinar mi vida
- Soy un soñador … ¿usted no necesita de sueños?
- Se pasó mi momento de sueños, ahora vivo en la más absoluta realidad
- ¡Mal que hace!
- ¿Porqué lo dice?
- Porque ya bastante dura es … la realidad como para que la tomemos sin la ilusión de un sueño. Un sueño que puede dejar de serlo sólo de insistir en ello, los sueños se convierten en realidad, ¿sabe?
- Esto me parece una pérdida de tiempo
- El tiempo al final es el que determina todo, el tiempo es el que marca la historia de una vida, el tiempo la limita …
Esta mañana, después de una noche de insomnio, al despertarme pude ver en los entresijos de mi ventana una luz que recorría las paredes de mi dormitorio, quizá ocurra eso todos los días soleados de mi vida, pero hoy era diferente, yo estaba atento, no dejé que fuera un día como otro, lo quise, lo presentí singular. Es como cuando uno pasa por un lugar todos los días y lo cotidiano lo vuelve desaprensivo, uniforme y en esa uniformidad se pierde el detalle, una de tantas veces, uno se para y eso hace que avance, como el aforismo: “ cuando me detengo es cuando más avanzo” y en ese detener comienza a ver cosas que lo cotidiano, lo repetitivo no deja apreciar, siente uno que es la primera vez que pasa por ese lugar, que se pierde cosas en tanta repetición. Por eso hoy he visto un día soleado distinto a tantos otros, quise verlo así, me detuve, lo sentí, lo quise todo para mí. Quizá la vigilia de la noche anterior me hizo comprender que no debemos tener una mirada imprecisa sobre las cosas que nos acontecen, aún las diarias, que debemos tener más presente, que respirar no solo es un acto necesario para nuestra vida, sino que esa vida es lo único que realmente tenemos y debemos sentirla, disfrutarla, aprovecharla, aprovecharla como yo hice en la mañana con el sol entrando por mi ventana, hacerlo, con todo el cuerpo, en toda su dimensión.
- Estoy perpleja, no me había detenido nunca en esos detalles, bueno, además creo que lo que más me está aconteciendo en este mismo momento es que no le conozco Julián, sin embargo lo escucho como se escucha a un amigo, a alguien que se conoce hace tiempo. La verdad es que en este momento pienso que me alegraría y mucho que haya encontrado a Roberto.
- Los detalles …, los detalles Sarah, son los que realmente importan, mi insomnio, mi desvelo patente en estos mis pensamientos tienen un fundamento. He pensado más de una vez sobre la fragilidad de la vida, sobre la rapidez con que dejamos todo esto, esas cosas a las que nos aferramos, tantas cosas inútiles pero a las que creemos importantes salvo en nuestro último momento de conciencia, allí se puede uno arrepentir, bien tarde de todo ese bagaje, que aunque no llevaremos, lo vemos en forma crítica. La llamé tres veces, pero esta última fue para sentirme como si fuera la primera, cuando desconocía que mi amigo, aquel de tantos avatares compartidos, el del instituto, el de juegos, el de algún negocio frustrado en este tiempo, ese que vivió mis ascensos y descensos y me animó siempre con su palabra, había dejado una carta para mí en su despacho diciendo las razones de huida de este mundo. Roberto ha muerto Sarah.
- ¡Ohh! Lo siento, de verdad que lo siento Julian, no esperaba yo …
- Su número telefónico se parece, solo que he cambiado un 9 por un 6, quizá si hubiera escrito el número bien, me habría dado tiempo de hablar con él, de convencerlo.
- Las cosas malas a veces traen con ellas cosas buenas.
- ¿Lo dice por consolarme?
- Lo digo porque estamos hablando hace un rato y su conversación, sus expresiones me han mantenido interesada gran parte del tiempo. No dejaré que me adivine una vida, pero puede que esto sea el punto de partida de una amistad.
- ¡Quiero verla!
- ¡Es demasiado rápido!
- ¿Cómo se mide el tiempo? El tiempo toma más valor en función de lo que nos resta, déjeme ver gestos, deje que me detenga como si hubiera pasado muchas veces ante usted y ahora me haya detenido en los detalles, en sus ojos, en su sonrisa. Deja que me sacuda la uniformidad de la repetición y que me pare a verte, a disfrutar de tu compañía como el sol de mi ventana.
- ¡Es una locura!
- ¿Crees que no lo sé? Vivimos en un mundo de locos donde ya lo que menos destaca es la locura.
- Pero nosotros, bueno puedo hablar por mi, soy una persona normal
- Por eso estoy de acuerdo al considerar un encuentro contigo como una locura.
- No sé …no sabemos nada el uno del otro, solo estamos conectados por un receptor, no tenemos imagen.
- Tienes mis palabras… ¡Magia! ¿Crees en la magia?
- Son simplemente trucos
- Como los sueños, pero nos ayudan a imaginar otra realidad, a ilusionarnos, a creer que todo puede ocurrir, y quien sabe, lo que soñamos puede convertirse en nuestra vida. Me gusta lo mágico. Mira hace unos días no sabía de tu existencia, sin embargo hoy me encuentro hablando contigo. Yo buscaba a Roberto, no a ti.
- Es verdad, pero soy aun la mujer invisible para ti, no sabes nada de mí, ni de mi vida
- Eso es lo que se ve a simple vista, pero no podemos quedarnos con que las cosas ocurran y si no ocurren dejamos todo como está, hay que aproximarse, hacer que las cosas sucedan, además ¿qué hay de la percepción?
- ¿Percibes algo en mi?
- Es difícil poder hacer indicaciones que resulten comprobables con nuestra teoría, sin embargo, puedo vislumbrar honestidad, no me pidas comprobaciones, he dicho que es una percepción. Aunque si quieres una comprobación respecto a otro adjetivo que apareció en mi mente : pasión, puedo decir que no has contestado las tres veces con un tono monocorde a mi requerimiento, a mi búsqueda. Digamos que las personas pasionales la demuestran en sus actitudes, tu segunda, bueno quizá más la tercera llevaba implícito un: ¡Oiga… porque no se va a tomar viento!
- ¿Y eso que quiere venir a demostrar? ¿Que soy pasional?
- Que no todo te da igual, que reaccionas tanto favorable como desfavorablemente con pasión
- Me estoy creyendo que tus libros preferidos son los de psicología, hasta seguro que es parte de tu trabajo.
- Nada más lejano. Soy arquitecto.
- Ah, te dedicas a hacer proyectos, construir edificios…
- No
- ¿Cómo que no? ¿Qué hacen los arquitectos entonces?
- Si, hacen eso. Pero yo fui tras un sueño.
- ¿Vives de sueños?
- Algo así. La arquitectura fue para mi un obstáculo que tenía en el camino y debía salvarlo, una vez acabado, digamos con el título bajo el brazo….
- Fuiste a buscar trabajo
- No, yo a mi sueño y el título al cajón. Jamás ejercí como arquitecto, sólo fue un salvoconducto para poder hacer feliz a mi padre.
- Me estás intrigando con tu sueño
- Mi sueño es vivir otras vidas. Puede que sea más pobre (en dinero) que lo que alguna vez había imaginado ser, pero mi vida es intensa. Me gusta estar pendiente de mis palabras como éstas lo están de mis sentimientos. Me siento literato no solo porque escribo sino porque investigo lo que nos pasa como sociedad. La literatura estudia como interpretar los sentimientos a través de las palabras (no solo los sentimientos, sino las situaciones). Esa es la forma en que vivo otras vidas, soy, muchas veces otro, sin dejar de ser yo mismo. Ese fue siempre mi sueño.
- Ahora sé porque siento la cercanía, porque me eres cercano. Mis padres estuvieron siempre alejados de la cultura, eran unos nobles labriegos que nunca supieron más de lo que marcaban sus costumbres y estas circundaban lo básico y en esa subsistencia me crié, aunque debo decir que tuve el empeño (y el de mis padres claro) de modificar esa alegoría que parece marcar nuestra crianza respecto de nuestra forma de vivir. Me licencié en empresariales y aquel trozo de tierra que apenas sirvió para el sustento familiar se convirtió en grandes extensiones y estas a su vez en una empresa de lácteos asociada a una mayor que hoy recorre el planeta con sus productos. Esto marca una sutil diferencia: tu arte, yo ciencia. Sin embargo la cercanía que mencioné en un principio proviene de algo singular, un familiar muy querido siempre trató de convencerme para que me dedicara a la escritura, aún hoy conservo sus misivas que venían de muy lejos. Mi tío Haroldo vivía en Argentina, sólo lo ví dos veces en mi vida, pero su insistencia fue casi convincente en algún momento, si no fuera porque la enseñanza paterna respecto a lo intrincado de la subsistencia con pocos recursos y la necesidad de crecer, inclinaron la balanza. Recuerdo, sin embargo con nostalgia las primeras palabras de un cuento suyo que me gustaba mucho: "Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo"
-"La balada del Álamo Carolina"
- Si, ese era el tít...¡quiero verte!
- ¿Ahora, te parece?
-¡ Estás tardando mucho!
No había nada que entender, solo dejarse llevar. El entendimiento humano le debe mucho a las pasiones, pensó Julián.
Sonó el timbre. Él estaba allí. Sarah moderó su carrera por las escaleras, se detuvo en el recibidor, se miró en el espejo, tocó su cara reflejada en él y esbozando una sonrisa siguió su camino hacia la puerta de entrada.
Liberó el cerrojo y despaciosamente entreabrió la puerta. Aparecieron unos ojos intimistas que se clavaron en los de Sarah. Sonrieron. La puerta terminó de abrirse para dejar paso a Julián que entró cerrándola con la palma de su mano sin dejar de mirarla, mientras Sarah permanecía centrada en sus ojos impregnando la escena de un candor juvenil. El acercamiento fue de una lentitud extrema, sutil sin palabras, la mirada prevalecía sobre los olores del lugar, nuevos para Julian, cotidianos para Sarah. Todo era secundario salvo sus miradas. Suave, casi sin besar, posándose en sus labios, se besaron. Se acariciaban, se miraban, volvían a besarse. Una escena sensual, sin el tiempo por testigo hizo de los amantes un eterno sentir. La tarde se convirtió en noche, la noche en amanecer, mientras sus cuerpos desnudos retozaban de tanto en tanto después de cada marea de sentimientos.
El amor es algo inclaudicable mientras dura, pero siempre y sobre todo en los comienzos, depende de nuestros actos pasionales. Decía Nietzche que al amar juntamos todas las mejores propiedades de las cosas más maravillosas y perfectas que consideramos en el mundo y como estas son similares con el objeto, éste es considerado como esa cosa maravillosa, ese algo perfecto. Al interactuar nos brindamos y se nos brindan y esas interacciones se nivelan según la influencia de uno hacia otro, el nivel más bajo es el odio, le sigue la ignorancia, después la tolerancia, luego el respeto y en la cima: el amor. Cuando el nivel de interacción es más bajo, las personas tienen necesidad de alejarse, cuando es más alto, la necesidad de acercarse entre ellas.
La noche que volví de Arenys, mientras conducía y después de habernos despedido con un beso sin ninguna vibración, pensé en Sarah y Julián y en que eso era lo que yo quería para mí, pasión desde el primer minuto, sin cálculos, sin pensar, solo vivir, sentir. El amor llega compartiendo, haciendo proyectos, viviendo los días cada uno como si fuera el último.
SIMPLE RETÓRICA
Quizá haya sido la mera copia de un estilo, quizá yo sea así, no lo se, pero siempre que me decido hacerlo penetra en mi mente una especie de literatura psicologista, supongo que haber leído a Henry James ha incitado en mí esa especie de escritura plagada de monólogos interiores. Pero esa sintomatología decanta de alguna manera mi forma de enhebrar palabras. Si tuviera que confesarme a mi mismo una especie de conformidad o aprobación, diría que acepto con gusto la libertad de mi mano ejecutando esa ficción que es la vida de un simulador de acciones y personajes. Por el contrario me distancia con el disfrute del trazo mismo aquello que me hace sentir acotado: una instantánea periodística, donde la realidad no necesita del esfuerzo verosímil.
Mi escritorio: mi lugar, es un escondite donde siempre que puedo refugio mi inestabilidad ante la primer blancura que vomita mi Lexicon 100, pero (aunque no siempre) suelo salir airoso de la contienda, es decir: logro escribir unas primeras líneas, que no sabré nunca como seguirán después del punto.
¿Por qué lo hago? ¿Por qué escribo? ¡Eso quisiera saber yo! Es algo que nace aun siendo precavido para que no suceda. Supongo que es la vida, la mía que insiste en ser como es en todo momento. Mis textos son eso: mi vida. Si tuviera que definir un estado de ánimo para poder recrearme en la escritura, inventaría uno nuevo:” escritutiva “ y siempre estoy en ese estado: siempre proclive. Mis ritmos no son los que mi cuerpo/mente requieren, despisto como un buen burlador de monotonías, por ello no planeo constancias, sino más bien una suma de interferencias. Tengo la rapidez de un teustodin que piensa y repiensa cosas que seguramente no son las que volcaré sobre papel: borradores mentales dispuestos disuasivamente en forma desordenada.
En algún tiempo pasado fui un gráfico estilo, o por decirlo mejor: estilográfico, pero aún tengo la Lexicon (¿qué escritor no tuvo una alguna vez?), es solo un símbolo, porque mi artilugio es: TOSHIBA NOTEBOOK. La modernidad ayuda, te puedes situar en Egipto en segundos, guardar, borrar, corregir ortográficamente, gramaticalmente…..con la RAE en el navegador uno se siente un verdadero Borges.
Nunca estoy del todo satisfecho con la obra, veo en ella, en la mía, un desperfecto accional, muchas veces rodeo el objetivo sin cumplirlo, escritos quizá algo intelectualoides que se comen la acción misma, pero a veces, solo a veces doy con una frase que me hace sentir bien.
Entiendo que en literatura, importa lo que se dice, pero también como se lo dice, la estética es una parte del todo, así que también es menester corregir gramaticalmente y dedicarle tiempo a hacerlo o publicar (como decía Borges) para dejar de hacerlo.
Un escritor es un lector con alguna anomalía que lo lleva a cruzar la línea y ver que se siente del otro lado. Soy un parsimonioso lector que relee, vuelve a releer (quizá por falta de madurez cognitiva) y nunca guarda un libro en la biblioteca sin antes pensar que volverá sobre algún párrafo.
Escribir es un delicado proceso entre la escritura y la lectura, una música compleja con sentido, graduación e inspiración, pero también es ahondar en esa felicidad que consiste en que las letras abastezcan nuestra necesidad de vivir.
Ataraxia
Ahora es hoy, el mañana del ayer que fue justamente cuando anoté en mi cuaderno de notas registradas para mis cuentos, tu teléfono. Mientras miraba mis notas respecto a un nuevo cuento tu número bordeaba el margen de la hoja. Muchas veces intenté evadirlo, pero me perseguía y la treta, entendí yo, era la ataraxia que figuraba como la primera palabra de mi próximo escrito, y que define algo así como la contención del deseo. Contuve entonces el deseo por llamarte, no una vez, muchas...muchas.
Comprendí entonces que si pasaba el tiempo, no lo haría, no te llamaría y eso era lo que estaba haciendo una y otra vez: no llamarte. Pero entonces me asaltó una idea que me vino de lo más profundo y provenía del recuerdo de las tantas veces que me habías solicitado una foto sin gafas y una foto a secas, entendí entonces que aunque no te llame, debía intentar al menos decirte (me) algo que justifique mi propia ataraxia. Cerré entonces el cuaderno de notas y pensé que te hubiera dicho por aquel teléfono que parecía titilar como los carteles luminosos del centro de la ciudad y que tientan al consumo.
¿Qué diría yo… cómo empezar?
El médico me preguntó cómo me sentía y yo le dije que desvariaba pero que por favor no me curara la locura que es lo único que tengo. Insistió el médico en mi estado, esta vez el general, a lo que yo dije que lo de la pierna, la cara y el ojo estaba superado en el dolor pero ahora venía la faz psicológica de poder enfrentarme a mi estado de ser diferente al común de la gente. Comenzar con una no pertenencia y poder asumirla, seguro me llevará tiempo, le comenté, pero la insistencia es el método y ya sabe, porque usted es mi médico, que soy constante a pesar de todo, tantos años escribiendo de esta manera terrible que lo hago y sin embargo no abandono, lo mismo ocurrirá con mi ojo, mi pierna y mi cara, estaré instalado en la constancia de siempre, no abandonaré.
La sinceridad ante todo. Siempre he sido un hombre feliz o convencido de ello, después de todo es lo mismo, si uno está convencido de ello pues es feliz. Pero un buen día y según todos dicen después del accidente: por culpa del destino, cogí el coche de Thomás porque el mío y el de mi novia Lorena estaban averiados, tenía que ser el de Thomás. Nada sabía yo de la rotura del decimonoveno diente de la caja de dirección, los coches viejos son así, tienen cosas que se arreglan, no se cambian por otro nuevo con el que a una velocidad media te puedes matar sin justificativo: ¡Pero si era un coche nuevo...caray! Lo cierto es que los primeros kilómetros de la M40 dirección Burgos nada me hicieron notar de la avería y claro, Thomás no dijo ni pío al respecto. Se le habrá olvidado pensé después en el hospital. En las autopistas la velocidad es de 120kms pero mi prudencia siempre me hacen ir por debajo de la norma, pues ni caso, en la curva pronunciada del último tramo el volante se trabó justo en el diente 19, ni que hubiera sido el 13 y ya poco pude hacer para no dar contra el quitamiedos, el guardarrail de mi pasado ayudó, a pesar del freno o por el freno (no lo sé) y el cambio de marcha, a que formara un trompo voladizo que terminó campo traviesa con las concernientes vueltas en tirabuzón. La sirena, el bullicio, la gente a mi alrededor, de eso, no me enteré de nada, me desperté en Santa Catarina en aquella habitación 37 oliendo a desinfectante viendo por un solo ojo y con una de mis piernas colgadas de un trapecio. Un joven médico a quien no conocía y luego el mío de familia me vaticinaron que iba para largo, pero me tuvieron sin noticias precisas durante varios días, mi cara estaba vendada, el ojo tapado y la conciencia sobre mi estado: desinformada.
Cuando al fin Páramo, así se llama mi médico, creyó el momento justo o enfrentó la cobardía de decirle a un paciente que está jodido, me contó lo sucedido. Habían pasado 15 días que para mí podrían haber sido el doble o diez veces más, no puedes medir el tiempo en el encierro con una realidad distinta a la tuya cotidiana. Me habló como médico dándome ánimos antes de decir palabras que no llegaban atadas a la preparación previa hasta que mis nervios danzaron ante su parsimonia y vomitó sin técnica alguna: "perdiste un ojo, un pié y tienes un corte longitudinal profundo en el lado derecho de tu cara". No me pude caer porque estaba acostado pero el mundo me daba vueltas, no entendía como ayer (ayer o cuando fuere) estaba yo saltando por el parque, tirándome a la piscina...y hoy pertenecía a la raza de los desahuciados. Insistió Páramo en que la cicatriz de la cara se podía disimular, que un colega amigo de la infancia era cirujano plástico y era algo así como un orfebre de su profesión, "no sabes las maravillas que hace"
¡Estaba yo para maravillas!
Lo cierto que en estos casos se impone la espera, todo debe cicatrizar, aún las cosas que no son sangrantes pero sí producto de acciones deliberadas, la prótesis, el nuevo ojo estético y la cirugía debían esperar cada cual su turno. Los que no esperaron y que funcionaron como prótesis uno de otro fueron Thomás y Lorena, hoy ya a tantos años vista, casados y con la pequeña Lorenita me lleva a una toma de conciencia de que nunca sabré a ciencia cierta si mi coche y el de Lorena estaban averiados aquella mañana y si el diente diecinueve del viejo Seat no fue el fruto un proyecto de futuro feliz para algunos y de triste consecuencia para otro.
Ya ves, no es fácil decir la verdad mintiendo, por eso elijo siempre el camino, no se si más corto, pero sí más plausible para mí: el relato. Dicho sea de paso, ya no escribiré el cuento que tenía in mente, este será mi cuento en honor a la ataraxia que no pudieron suprimir Lorena y Thomás en su camino hacia la felicidad.
El hombre culto
Borges, hombre tan prodigioso como su Funes. Me parece escucharlo recitando poemas, a veces hasta en alemán, con fechas, autores, confirmaciones literarias. Borges, el hombre culto, el memorioso.
¿De dónde vienen los encantos? ¿De dónde tanta ilusa perfección? Ingesta de palabras de domingo, en noches silenciosas de tenues luces dirigidas.
Julián Busto Vallés
Julio Cortázar
Ceder y aceptar ciertas revelaciones que pueden hacer cambiar nuestro pensamiento luego de repensar nuestra postura es verdaderamente admirable, al menos en este contexto, pero debería ser normal que nos convencieran de vez en cuando de nuestros desaciertos, ya sabemos que nadie tiene la verdad de su lado, la subjetividad manda y las verdades para uno no lo son para otros, de tal manera que uno puede hablar no de la verdad sino de su verdad y esa si que es objetiva desde el punto de vista personal aunque no sirva para un uso universal de la misma.
<< Nuevo campo para texto >>
Me dirigí al cuartito del fondo y encontré unos tornillos en la cajita de los recuerdos. Superé la primer instancia que me reservaba esa falta de memoria que a veces despista. Luego de un rato con ellos en la mano, me di cuenta que el óxido me indicaba esa cronología que el tiempo había dado a mis grisáceos cabellos. Recordé entonces aquel arcón en la esquina de mi juventud, en aquella convexa unión que angulaban los días de mis años noveles.
El meccano: Un juego latoso que con disímles componentes nos dejaba crear distintas formas. Uniones, tornillos, tuercas, todo para el ensamble, todo para la creación. Cerré la mano con los tornillos dentro, lo mismo hice con mis ojos y me vi armando una figura con el mecano. Cuando los abrí, entendí que había creado una vida, igual que cuando niño, ensamblando, atornillando instantes, dándome esa licencia de poder vivir el sueño de ser feliz.
Julián
El catarro me estaba poseyendo, el resfrío, lejos de desaparecer comenzaba a profundizarse y planear sus vacaciones entre tissues que iban entrando en el cesto a poco de haber sido abiertos. El desgano que procede a una enfermedad no deja, a pesar de todo, que se interrumpa mi estilo personal en inquietarme por descubrir cosas que, más allá de lo novedoso, me ayudan a una posible historia. Pensaba en Laura, no sé si es porque dispongo de tiempo o porque me estoy acostumbrando a su forma, a su respuesta, al juego que jugamos desde el primer día.
Lo cierto que entre esos enrevesados pensamientos, entre idas y venidas hacia la cocina, vigilando mi caldo de pollo, me entretenía leyendo por internet, más bien esquivando las noticias características que nos invaden día a día, La bolsa, Cristiano, los goles de Messi, la crisis......esperaba algo mejor, claro todo estaba allí pero mi ojo experto ignoraba aquello que parece lluvia sobre lata y que ya no nos deja ni siquiera perplejos, lo malo se ha instalado para ser costumbre, pero yo, animal irreverente instalado en el desagrado, en descontento, insisto en que debemos buscar lo mejor, lo diferente. En eso estaba yo cuando leí algo que esta vez sí llamó mi atención, entre tanta noticia repetida, había algo en letra pequeña que asomaba como ese sol radiante en el comienzo de las mañanas, algo de esperanza aunque luego se nuble.
El texto decía : "Estrategias para una propuesta" "Estar juntos no significa estar de acuerdo en todo, aun sin parecerlo, siempre estamos negociando para conseguir lo que queremos, lo que nos atrae. Si uno necesita decirle algo a ella o a él, debe hacerlo con la mayor naturalidad posible. Claro que siempre hay, por personalidad, quien prevalezca más que el otro, alguien con más labia o fuerza que trata de imponerse. Lo normal en cualquier caso es ceder en ciertas ocasiones (que no en todas) igualmente, sea como sea, hay cosas a las que uno no debe renunciar tan fácilmente, pero son cosas que están, que viven en nuestros tuétanos, de lo que estamos hechos, el porque somos así, que nos hace serlo.
Quererse uno mismo y valorar nuestras capacidades es un seguro de vida en cualquier relación, es el aporte que podemos dar desde el otro lado. Valorarse y estar a gusto con nosotros, con nuestro físico es muy importante a la hora de la seducción, así que lo primero es creérselo, creer que somos magníficos ya que eso más tarde o más temprano se traslada. Elegir el momento, antes de cualquier solicitud, debemos tomar en cuenta el ambiente que sea el adecuado, no podemos abordarle de buenas a primeras, sin una antesala, ni interrumpirla para mostrar que lo que decimos es más importante que lo que dice ella. Debe haber una cierta relajación (aunque si fuera la primera vez que lo propones, se torna difícil) no debe haber estrés ni cosas por hacer, de esta manera se está más receptivo a escucharse. Debemos intentar que el lugar no sea común, digamos que aunque sea común a los mortales, no lo sea para las dos personas intervinientes.
La conversación quizá no verse sobre hechos importantes pero en medio de ella y en forma natural (camuflado) como si uno estuviera hablando del tiempo, se hace presente la propuesta. Con tacto y sin miedo, así se proyecta una buena estrategia. Las mujeres generalmente suelen poner en juego sus armas de seducción cuando quieren algo y casi siempre tiran de sus encantos y eso manifiesta su sexualidad. Pero la palabra es una de las formas de seducción más poderosa, claro que es importante lo que se dice, pero de igual calibre es la importancia del como se lo dice, la posibilidad de una respuesta negativa, puede producir un vacilamiento y eso modificaría seguramente el sentido de lo que pretendemos. Debemos tener en claro lo que queremos, y que no lo queremos por un bien individual, sino que el bien beneficiará a ambos, "los dos nos veremos beneficiados". "La forma es importante, impregnada de palabras dulces y un tono suave, evitando toda brusquedad y sin ser demasiado directo, después de todo eso dará el nivel de comprendimiento y receptividad que el otro tiene en ese mundo mágico en el que perviven mientras están juntos. El enfoque debe ser plural, no hay que pedir por uno, ya que como se dijo, el beneficio es para dos, no se debe mirar únicamente desde una perspectiva y que el otro vea únicamente una necesidad momentánea, si uno piensa en una modificación, en algo nuevo, positivo, que este cambio se manifieste por sí mismo en un bien para los dos. Llegados a esta circunstancia, dejar entrever al otro como se beneficiará al ceder a la petición". Al leer esto me pareció comprender que yo también debía tener una estrategia, me sentí igual de enfermo, pero con ideas renovadas, bueno, la verdad es que el caldo también hizo lo suyo. Volví a mi pensamiento inicial: Laura, cavilé en la mejor forma de decírselo, buscar el momento y lugar adecuado, casi copiando el artículo, iría yo a por todas, subrepticiamente claro. Antes debía pensar que lo primero debería suceder es una mejoría, este catarro quizá no me deje ser del todo locuaz, necesito que se me entienda, que interprete la proposición.
He pensado mucho en ello ya desde antes del caldo y no veo errores en mi estrategia, se lo diré el sábado, si el sábado es un buen día y será de noche con lo que un poco de penumbra ayudará, por eso del ambiente. A pesar de todo debo confesar que no sería la primera vez que lo hacemos, por lo tanto quizá la propuesta adolezca del factor sorpresa, pero si la primera vez fue bien, no tiene porque no serlo esta segunda. Bueno, me armaré de valor, esperaré el momento oportuno y el sábado mismo le digo a Laura si quiere cenar conmigo.
TREINTA AÑOS NO ES NADA
La síntesis del comentario es que a Cortázar se lo sigue leyendo al ritmo de nuevas ediciones editoriales. No deja de ser un referente paradigmático de como se escribe un cuento, aunque nunca
albergó la instancia de ser a conciencia quien dicte normas al respecto, "no se escribe ni bien ni mal" decía..."hay temas bien tratados o mal tratados". Sin duda él perteneció a la estirpe de su
misma invención, me refiero a esos seres verdes y húmedos al que hizo referencia y bautizó de Cronopios que eran criaturas ingenuas, idealistas, desordenadas, sensibles y poco convencionales, a
diferencia de los Famas: rígidos, organizados y sentenciosos.
No soy dado a los tópicos, pero en este caso es justificado aquello de que: la fama es puro cuento