Un estudio revela que el sexo es como un "hola", lo usan para hacer amigos, para liberar tensiones, es su clave para la vida social.
BRAULIO
Los ruidos de la casa a veces me intranquilizan cuando no son los conocidos, y el hecho de vivir solo hacen que se agudicen. Era como una suave respiración ronca, contínua. Cuando me dispuse a ir a la c ocina sonó el teléfono y era Roque que me preguntaba si me había gustado el regalo, como no supe de que se trataba y como quiso que lo descubriera por mi mismo, me encontré en la cocina buscando no se qué. Miré debajo de la mesa y sobre una improvisada alfombra se veía algo pequeño con movimiento peludo de color marrón con pequeñas pintas blancas, aunque aisladas, apenas abría los ojos, lo tomé y traté que se bebiera un tazón de leche tibia. ¿Qué haría con él? Estaría solo todo el día, además parecía una raza especialista en la caza, lo cierto es que a mi no me gusta nada la caza, igual, a decir verdad no podía despreciar el regalo de Roque, nos unía una amistad muy firme plagada de defensas mutuas ante terceros y disputas comunes por un verdadero aprecio que siempre nos hizo involucrarnos en la vida de cada uno.
Que nombre le pondría? Recordé en ese instante a mi Tio Braulio, muerto a los 36 años, me pareció bien el nombre, aunque también recordé a mi tío abuelo. A su padre, pero no era por su nombre sino por sus actitudes, sus ocurrencias. De chico, entraba en su despacho de abogado y en la sala de espera tenía un cartel que decia:” La realidad, no tiene ninguna responsabilidad sobre las expectativas que Ud se hace de ella”. Cuando crecí ya estudiando derecho, me habría dicho que era para no dar explicación alguna de porque perdía los juicios. Braulio estaba bien. Pronto dejó de ser la pequeñez amarronada para convertirse en una figura verdaderamente esbelta parada sobre cuatro pilares. No es que fuera alto, sino que era armónico en sus medidas, caminaba con presencia, era como si, para agregarle un sentido humano que por supuesto no tenía, usara smoking. Cierto día, Roque me había propuesto llevarlo a un paseo por el campo, para que tuviera libertad, esa libertad de la que no gozaba dentro de la casa, además y según Roque por supuesto, tendría un comportamiento natural hacia la caza, se quedaría clavado mostrándonos una presa, sabría que hacer en su terreno a pesar de su corta edad. Cuando llegamos noté a Braulio bastante inquieto, supuse la veracidad de las palabras de Roque. Al bajarlo, vi que se movía nervioso que miraba para todos lados pero que en definitiva no se movía del mismo lugar donde se había sitiado desde un pirmer momento. Esperamos largo rato a un cambio de comportamiento que no se producía. Sentado como no esperando nada, su mirada se fijaba hacia un punto fuera de la escena, para el no había presas ni nada que se le parezca, allí yacía, sentado como un rey, dando por tierra con las esperanzas del pobre Roque que desclasificaba su regalo como algo con menos valor del que el mismo hubiera planeado para su amigo. Lo mirábamos esperando un movimiento alentador, pero seguía sentado, siempre así. No lo conocí de otra forma, sentado en su silla de ruedas.
Cuando cumplí catorce años, mi tío Braulio ya había tenido el accidente y ya no hablaba ni se movía, rara vez levantaba su mirada que la fijaba en algún objeto hasta que lo cambiaban de lugar o lo llevaban a su dormitorio, la verdad es que no se mucho de su accidente, pero había sido con la moto, tenía una Harley Davidson y fue en una de esas noches que volvía de casa de Cora, su novia. Mi mamá decía siempre que habían reñido y que el, mi tío no le había perdonado una desilusión e insistía en que las personas no deben nunca ser desilusionadas. Lo cierto es que Braulio después de aquel infortunio apenas conocía a los miembros de la familia, era un austente de cuerpo presente. A veces sentía que todo lo que hacíamos en su presencia estaba mal, las risas, los saludos, pero terminé por acostumbrarme, por reirme yo también. Lo miraba, pensaba si pensaba, si tendría algún plan, si se enojaría alguna vez o se reiría con nosotros. Pero el no estaba. Aunque estuviera no estaba. Siempre ví una gran injusticia en que no pudiera expresarse, como no se podía cambiar esa situación, que había hecho el para recibir tanto castigo. No tenía ninguna oportunidad. Allí sentado, se había perdido lo mejor de su vida en un tris, en un momento todo había comenzado a ser nada para el, no reconocía a su gente, no tenía recuerdos, no daba oportunidades a otras personas ni las tenía el, carecía del más mínimo sentido de la realidad, pero tampoco se desilusionaba. Siempre me había preguntado si tenía alguna conexión con el medio externo, si nos escuchaba hablar, si nos veía o solo eran nuestras sombras lo que captaba, si percibía los olores de los ambientes, de las personas. Había perdido el olfato, dijo el médico laconicamente. Nos miramos un instante con Roque, mientras el veterinario daba una explicación técnica de la pérdida irreversible de su olfato, algo congénito había dicho, una enfermedad que tuvo su desarrollo en países de oriente. No había duda. Además perdería también con el tiempo el gusto, tendría poca sensibilidad en las papilas gustativas superiores. Mientras el médico hablaba, lo ví sentado en una silla de ruedas. Otra vez, me dije. Es como un síndrome, el síndrome de llamarse Braulio.
Después del accidente hubo un tiempo que no está en mi mente, solo Cora y esa despedida, esa noche, la bebida, la calle mojada y un uniforme verde con rayas reflectantes y luego todo muy borroso. Como se podrán borrar once años de una vida. Ayer era 1987, pero se me dice que estamos en 1998, a veces pienso en Roque, en su amistad, en lo bien que nos llevábamos. Aunque nadie conoce a Roque. Muchas veces me da por pensar que todo ocurrió en mi mente, que todos estos años no vividos han sido soñados. Lo único que siempre me viene a la memoria, es algo que siento como reciente, alguien que daba una explicación sobre mi pérdida del olfato. Allí comenzó a cambiar mi vida.
LA BOCA DE ESA SONRISA
La noche me llegó sin ese aviso previo de un sol cayéndose rojizamente sobre las pupilas. La penumbra admitió la ceguera de mis ojos. Busqué la complicidad táctil de su piel entre las sábanas, quería hablarle de un sueño, de una sonrisa acaso. Describí un semicírculo con mi mano buscando el cuerpo dueño de esa sonrisa. La sonoridad apagada del roce de la palma de mi mano sobre un lienzo ásperamente blanquecino, denotaba su ausencia. Había una caducidad, otra vez no pude determinar el tiempo de las acciones sucedidas: todo volvió a parecerme intensamente agradable y agradablemente intenso. Aunque Laura ya no estaba.
Siempre acudía a las manifestaciones, me gusta disentir con lo que los políticos creen
obvio, esas obviedades que la ciudadanía ve como el teorema de Tales de Mileto, tan
opuesto como si de vértices se tratara. Caminaba por el paseo de la Infanta en dirección
sur, bueno, en realidad seguía los pasos de la concurrencia, a mi lado un señor mayor
hablaba en voz alta sobre las realidades que impactaban como altamente contrarias a la
sociedad, todas las sociedades estaban en pie de guerra, hablaba de lo imposible de
continuar con la aplastante realidad.. Supongo que determinadas variables
infinitamente concurrentes en cualquier lugar del planeta donde se suceden estas
masivas concurrencias.
Hubo oradores por mas de cuatro horas, cansado de estar de pie, comencé a desviarme
hacia un bar cercano, caminé dos calles a la derecha, un día gris acompañaba mi
mansedumbre, me gusta caminar despacio y sin saber muchas veces donde me dirijo,
eso ayuda a mi albedrío, a mi esperanza. Cuando giré en la esquina en una de esas
callecitas pequeñas, con la natural sombra acodada por las alturas de los edificios, vi un
pequeño cartel: Bar Cormorán, miré por el cristal, parecía despejado. Una decoración
rústica con paredes envejecidas recientemente daban el marco a un lugar que, a mi
pesar, recordaría para siempre. Mesas de madera con patas talladas, sillas talladas de
igual forma y pequeñas velas que daban ese calor de intimidad, de romanticismo, el
mismo que siempre he sentido sobre la vida; sobre el amor.
Entrando hacia el fondo del lugar, la primera mesa estaba ocupada por dos jóvenes que
gesticulaban todo el tiempo, como en esa juventud discutidora que se me había
escapado y que muchas veces vivía a través de mis ojos, cuando recreaba viejas y
controvertidas opiniones literarias en aquellos bares revolucionarios.¡Tan vanguardistas!
Las mesas siguientes la segunda y tercera estaban vacías. Me senté en la tercera de
espalda al mostrador con mi mirada fija hacia los jóvenes. Se acerco el camarero,
vestido con una camisa azul con un grabado que decía cormorán bar en amarillo y
pantalones negros con rayas azulinas, una presencia que destacaba por su forma de
dirigirse, parecía como aquellos de antaño, esos donde el tuteo era falta de educación,
donde poco era permitido, donde lo inseguro, era la libertad. Solicité un café suave
cortado con leche caliente, tomó nota y fue por el servicio. No había pasado mucho
tiempo, cuando vi que alguien se paraba junto a mi mesa, supuse soslayadamente en un
primer momento sin ver de quien se trataba, que era el camarero. Una figura esbelta,
vestida de oscuro miraba la silla que había a mi costado, la miré, me sonrió. No me
había percatado que la mesa había estado ocupada y que la persona que la ocupara,
estaba en los servicios, había sobre la silla contigua una carpeta y una agenda. Estuve
unos segundos sin saber que hacer. Miré hacia los lados y ya no había mesas disponibles.
Todo ocurrió en un momento, el camarero venía con dos tazas que estaba sirviendo en la mesa enfrentadas una a la otra, la más pequeña era la mía, la del café con leche.
Me levanté, señalé con mi mano la silla e invité a sentarse a la persona que estaba de pie.
Le dije que no había visto la carpeta, pero que el bar estaba lleno y viendo la circunstancia, podíamos compartir el lugar. Dio un signo de asentamiento a mis palabras y se sentó como si lo hiciera en una nube, en forma cadenciosa, a medida que se inclinaba hacia la silla, me iba actualizando de aquella mirada, una mirada que comenzaba a tener frente a mis ojos, un maravilloso y acoplado flexionar de un cuerpo
que acordaba mirarme mientras lo hacía. Cabello corto, una cara limpia, sin maquillaje,
sonriente aun sin sonrisa, una boca sin rush, tan expresiva que me hacía olvidar esa
soledad que me convidaba a pulular en sitios llenos de palabras, metido en cuanta
profusa ambientación humana fuera posible. Soy laura dijo. Esas primeras palabras
dieron un movimiento a su boca, su primer movimiento, el primero que detectaba. Un
movimiento labial armónico, casi sin abrir los labios había pronunciado un nombre, dos
palabras: Soy Laura, y todo sonreía. Su boca; la boca de esa sonrisa se me adentraba en
el alma y allí se quedaría inerme, para no salir jamás.
Jugamos un rato sobre la situación inusitada de estar juntos imprevistamente, en un
lugar imprevisto. Laura era la realidad de mis sueños y mis sueños en perspectiva.
Desencadenaba la dispersión de todas mis monotonías. Me empujaba hasta el umbral
de mi salvaje virilidad por poseerla. Amaba; amo sus caderas.
Enamorarse se ubica entre las cosas ilógicas a que estamos sometidos los humanos, algo
sobrenatural, fuera de lo conceptual que nos infiere el significado etimológico de las
palabras. Todo se remite a los símbolos. Cuantas docenas de veces conversamos con
alguien, nos detenemos en su mirada, sin grandes consecuencias. Laura disolvió esa
generalidad. Se convirtió en el centro de mi creación. Mi escritura volvió a tener ese
mérito de dedicación que había dejado de darle. Derrumbó teorías con ese movimiento
gestual que tanto halaga mis dotes de hombre. Con una simple sonrisa los castillos ya
no eran.
No se como evaluar el tiempo respecto a los sucesos que se fueron suscitando: todo fue
tan intensamente agradable y agradablemente intenso. El efecto no guardaba ninguna
proporción con la causa. El efecto: ese despertar a noveles (siempre lo son) ilusiones, a
una cadena de ambiciosas comparecencias, un recrearse en el mito de lo sublime, a
redimirse en la superación de las agonías, de lo contrapuesto, de lo adverso. La causa:
ese encuentro fortuito e inesperado, que aunque me trajo la primera luz de su sonrisa, no
está escrito en ninguna de las páginas de mi acontecer. Menos aún en las próximas que
he de someter a la complicidad de mis sentimientos. Casi como un viaje hacia la India:
nadie puede viajar a ese país, al país de Cachemira y volver siendo el mismo. Con laura
sucedía eso. Yo ya no era aquel renuente transeúnte en busca de ruidos, lleno de
monótonos vaivenes entre lo acostumbrado y lo rutinario. Ahora quería escuchar, ver
por mi mismo ese acontecer diario que iluminaba mi existencia.
Quizá y como comprobé al amanecer, cuando vi la cama en el lado opuesto sin vestigio
de haber sido habitada, quizá Laura no había estado más que en aquellas imágenes que
comprimen la soledad al punto de disolverla.
Pupa
Inactividad aparente
Debo estar alargándome, o quizá esté comenzando a pensar… ¿Es que pensamos nosotras? Lo cierto es que hasta hace poco era pequeñísima pero he madurado hacia otra de mis primeras etapas, llegaré al imago pero debo tener paciencia.
Mikka era monarca pero una sin conciencia etimológica, así se separa como especie de otras que entienden que ser Monarca es mandar, en este caso es producir felicidad al verla, solo eso o quizá simplemente preanuncie un cambio de temperatura, bueno a decir verdad se las “acusa” de solventar con su simple presencia un carácter mitológico, quizá amerite pensar en un paralelismo con los humanos respecto a la convicción de los cambios, esas metamorfosis que no dejan de ocurrir en las sociedades desde siempre. Igual se las considera simbólicamente por ese paralelismo como inestables, pero con la salvedad de impermanencia, claro que eso tiene que ver con la proporción de tiempo asimilada para cada especie, ¿Cómo tan largo o escueto es el tiempo en la vida de un insecto? Vaya uno a saber, es de recordar que hay una asimilación entre su conversión natal hasta su imago, reproducción y desaparición con el supuesto viaje de un alma saliendo de un cuerpo hacia la nada, los griegos mostraron en su arte la concordancia del alma humana con sus alas, con las alas de la mariposa, así muchas culturas representaban esas alas saliendo de bocas de los que agonizan, ese trascender de un estado a otro, la última exhalación de vida hacia lo inerte, a no ser, no estar en una alegoría de ida y vuelta entre la pupa y aquella mariposa que espera el secado de sus alas para su primer vuelo.
Mis primeros pasos, la formación de mi estructura y mis primeros interrogantes, voy creyendo que pienso quizá con una base de duda pero lo que es seguro es que siento, siento como crecieron mis dieciséis pies para convertirse en solo seis, mi boca y ahora ya estoy terminando de envolverme para ir endureciendo algunas de mis partes, si el clima es propicio tal vez pueda volar pronto, en todo caso espero al sol y a las suaves brisas para rasgar lo que ahora estoy terminando de construir y surgir en mi primer vuelo en dirección a una representación de energía, amor y libertad. El amor sobre todo es conversión igual que el proceso que me ha lanzado y que mantiene mi actividad creativa hacia aquel imaginado vuelo, el amor es transformación igual que mi metamorfosis, es un cambio individual pero en sentido asociativo, en los humanos también se sale de una especie de pupa imaginaria, se elevan, es como si comenzaran a volar, aman y se desaman, viven pero no perviven, solo en actitudes imaginarias.
Debo pensar en la eclosión, en el instante mismo de la libertad, no tardará y aunque ahora me muevo poco no entiendo bien porque se nos percibe como en una inactividad larval, pensar es sentir y sentir es estar viva y yo lo estoy aunque se que lo estaré más aún. También pienso que en algún momento mis feromonas serán atractivas y quizá no llegue a mi primer vuelo antes que alguno se pose en mi crisálida en espera del intercambio que precede a la continuidad de nuestra especie. No me gusta la idea del sphragis porque si bien ha de contribuir en asegurar la unión, también lleva a una lealtad de esclava y siempre pienso que la libertad, la de elección o la de tantas maneras de ejercerla no debe ser optativa de otro sino de una misma.
Mikka sabía de lo efímero de la alegría y la belleza así que siempre parecía entonada para vivir cada instante de su corta vida, así ejercía su monarquía presencial con grandes manifestaciones de alegría, sus vuelos en zigzag siempre son una estrategia de seguridad que conducen a que no se pueda captar su verdadero destino, zigzagueando logra deformar un camino predeterminado. El sentido de la libertad en las mariposas está determinado muchas veces por la imaginación de otros seres, pero proverbialmente es algo intrínseco que queda demostrado tanto en el vuelo como en su sosiego cuando junta sus alas para ocultarse en la quietud.
Ya estoy casi seca, veo con agrado que mis colores brillan predominando un naranja bordeado por un negro brillante con pintas blancas, difícil pasar desapercibido menos aún para el sexo opuesto, todo sea por la continuidad aunque a mí me parecería mejor detenerme en el disfrute pero se que tengo poca cabeza para elaborar esas cosas no obstante será uno de mis intentos, probaré ahora desplegar mis alas, si su peso es correcto, sin humedad lo será, hare que mi primer vuelo acontezca. Estoy inquieta, ¿O debería decir nerviosa? No estaría mal un poco de nervios ante mi primer día de libertad, es como aquellos que rompen la cáscara para salir o los que lloran por haber llegado al mundo, en todo caso intentaré que mi vida no sea monótona desde el primer instante.
Mikka desplegó sus alas, tomo fuerza, flexionó sus pequeñas patas y el envión hizo el resto para que su delicado cuerpo se eleve acompañado con un fuerte aleteo que se fue aletargando para convertirse en esa suavidad que lleva al casi planeo de vuelo de las mariposas. No estaba sola y pronto cayó en la cuenta que eran muchas y sobre todo muchos los que zigzagueaban a su alrededor sin un destino final, al menos en apariencia solo volaban, eran libres en esa autonomía que les brinda ser lo que son, pero en realidad había un destino fijado en el color donde posarse, a Mikka le atraía el amarillo y allí iba dirigiéndose, hacia un manto amarillento donde alternar de flor en flor sus interminables succiones. Su brújula interior marcaba el norte, ¿Cuándo no? Parece que el norte nos atrae a todos, o al menos a muchas especies que esperan encontrar su destino en ese punto cardinal y allí se agolpan, en el caso de las Monarcas es su preferencia a la hora de marcar el suyo. Mientras volaba y parecía apartarse del grupo había un seguidor que parecía no cejar en un acompasado aleteo, recordó entonces que era su primer vuelo, que no se había alimentado aún y que sus feromonas despertarían a cualquier primerizo que detectara su presencia, a decir verdad era asumible su intención, sus alas eran más pequeñas, así que todo concordaba, pero Mikka aún no estaba por la labor, lo estaría ciertamente pero primero hay que tener fuerzas y voluntad que las da únicamente el alimento, ¡al néctar entonces! pensó. Apenas divisó el manto amarillento como aquellas pistas de aterrizaje que suelen usar algunos bípedos en busca de sus tan ansiados nortes. Convirtió sus ziszagueos en una suave pendiente oblícua y se posó en una de sus primeros intentos de absorción, apoyó sus patitas, cabeza tórax y abdomen y desplegó su probóscide y el líquido comenzó a fluir en un perpendicular camino para proporcionarse el tan ansiado alimento, el néctar de la vida. A su lado, como no, su tenaz persecutor obraba en secuencia paralela, pasando de flor en flor y al unísono hasta saciar sus casi frenéticas voracidades. Una vez ocurrido y con las alas unidas Mikka solo esperaba, él se acercó por sobre su cabeza con sus alas desplegadas y se produjo la cópula, pronto habría ovas sobre alguna hoja que le sirva de alimento a las futuras orugas.
El transcurrir de sus acciones convirtió el momento en noche y juntos los dos y toda la bivaque encontraron rápidamente donde pasar de la actividad a la inacción con sus alas sin desplegar dormitaron hasta la salida del sol.
En la mañana mientras la suave brisa se esparcía por entre los casuales ocupantes del oscuro páramo cubierto por una techumbre de hojas, las monarcas desperezaban antiguas ensoñaciones y se disponían a la nueva aventura de vivir.
Mikka alzó su vuelo intermitente entre subidas y bajadas mientras su amado perseguidor atento e incansable imitaba sus movimientos en dirección de aquel delicioso manto amarillento que precede a una nueva cópula después de recuperar fuerzas. En una de esas elevaciones, en pleno vuelo Mikka perdió su aleteo, desconcertada se encontró dentro de un lugar aún luminoso pero que no permitía la continuidad de su vuelo, ni siquiera podía volver a despegar sus alas y era atraída por una fuerza hacia abajo que no dejaba que pudiera elevarse porque la acción le ganaba por mucho a la reacción y escapar era imposible, entraba por unos finos pequeños orificios la brisa y aún un poco de luz solar, cerró entonces los ojos y minutos después oyó como un sonido, algo así como que se arrastra, en este caso cierra y ya posada en una base de una especie de cilindro traslúcido a través de donde se podía observar pero no llegaba la brisa, solo la luz de la mañana. Sentía que se movía por segunda vez en su vida, se movía sin volar y ahora sin tener que mover su cuerpo, mientras todo se oscurecía era desplazada aunque no podía saber dónde ni cómo.
El camino se hacía largo, no había manera de captar longitudes ni tiempo, tan valioso para Mikka - ¿Qué habrá sucedido con mi amante perseguidor? Sintió un freno en el andar y pensó que podría haber llegado sin saber dónde pero al fin del camino seguramente. Había un cartel en una especie de entrada ANGANGUEO Danaus Plexippus, rápidamente surgió de la oscuridad y volvió a la luz en su traslúcido cilindro, sintió como volvía aquel sonido de arrastre y pronto pudo observar un camino de libertad hacia la parte superior de su habitáculo, comenzó a realizar con esfuerzo una subida a través de la pared traslúcida, lo intentó varias veces hasta que logró llegar al borde y comenzó a sentirse libre, como muchos que sienten esa sensación sin saber que su cerebro ya los ha traicionado sumido en una serie de acontecimientos repetitivos que logran escabullir mediante una especie de aprendizaje. Mikka apoyada en el borde de aquel lugar de caución, desplegó sus alas y se aventuró a esa libertad que al igual que el imaginario de algunas especies terminaba en los límites alambrados de aquel mariposario. Sin embargo había algo al menos esperanzador para los acostumbrados en vivir en sociedades donde el eje es compartir parte de sus vidas, el lugar estaba muy concurrido por distintas especies de mariposas revoloteando por distintos perímetros zonificados. Lo cierto es que así visto el color naranja y negro parecían perturbadores aunque bueno, habrá aprender cómo se jugaba en aquel lugar la subsistencia, por lo pronto estaba sola y sin saber cómo hacerlo.
Con el paso del tiempo y la constancia sabría que las opciones para aquella vida en cautiverio estarían dispuestas con solo desplegar sus alas, así se conformaba un sector de plantas hospederas útiles para el desove y para el descanso nocturno, otro para la provisión alimentaria con una concatenación de plantas algodoncillo dispuestas para aprovechamiento de sus néctares, una zona de techumbre donde yacían gran cantidad de pupas esperando un eventual desarrollo en pro de un primer vuelo, preparadas para la vida. El lugar no solo respondía a la necesidad de una vida monarcal armoniosa sino que también parecía ensimismado con acordes instrumentales dispuestos en suave sonido musical que se escuchaba a ciertas horas de tanto en tanto algunos valses poéticos que parecían dar vivacidad a cada vuelo individual.
Mikka había elegido un lugar preferencial sobre un pequeño tronco en una de las esquinas que hacía las veces de punto de observación, con solo girarse de vez en cuando lograba los 360º que daban una caracterización detectivesca a esa monarca diferente a todas las demás.
Desde su lugar podía observar el movimiento fuera de su vida enrejada, así podía ver a varios humanos en la tarea de estudiar el ciclo vital de su propia especie, cavilaba al respecto diciéndose a sí misma si no era hora de investigar a esta especie que tan cuidadosamente las analiza, juzga, enumera y encierra. Los días se parecían sin sobresaltos se cumplía con aquel ciclo biológico tan observado por aquellos bípedos pensantes y hablantes, cuando el sol se escondía y las sombras se adueñaban del lugar, con las alas recogidas bajo el frescor de aquellas hojas hospederas esperaban junto a la llegada del nuevo día también la llegada de uno de los humanos dedicado a inaugurar con su presencia inquisitoria la vida en desarrollo de la especie. Una de esas mañanas al entrar el humano con un gorro de lana coincidente con los colores monarcales como si quisiera congraciarse con aquellas a quienes escudriñaba, entró y olvidó cerrar la verja por unos instantes, Mikka que ya estaba observando todo desde muy temprano, dirigió su vuelo sin zigzagueos hacia aquel esperanzador dintel, apoyó sus patas y al ver que el intruso volvía a cerrar la entrada, logró con la rapidez de un látigo volar en una especie de vertical atenuada y dirigirse a una encrucijada que su desconocimiento no permitía optar, lo cierto es que a la izquierda estaba la libertad y a la derecha se adentraba más aún en el mariposario así que su opción fue derecha y allí pudo comprobar que entre otras estancias que dejaba en el camino había una especial amplia y con varios humanos dentro. Logró entrar por una especie de claraboya semi abierta y bajó hasta un rincón donde podía observarlo todo sin ser vista. Había dos grandes pantallas y frente a una de ellas una joven humana con algo negro cerca del labio por donde parecía hablar y algunos dibujos y planillas que observaba atentamente, una cafetera, tres escritorios y estantes con algunas cosas indescriptibles de alguna manera, algunos libros que parecían explicar la vida de todos los insectos y entre ellos tres que parecían no tener que ver con lo exacto sino más bien con lo verosímil, Pedro Páramo, Cien años de soledad y Siddharta, no había biblia ni calefón pero todo parecía estar entremezclado.
De pronto había entrado al recinto un hombre mayor bien vestido con un portafolio, entregó sobres a la chica sentada y al del gorro que había vuelto y se había sentado frente a la otra pantalla.
Mikka asistía asombrada a los movimientos de los humanos y a sus aparentes lógicas de vida, a sus expresiones voluntarias de manifestación, sus palabras, sus ademanes, sus toqueteos. Se decía a sí misma ¿Qué es lo que intercambian con sonrisas? ¿Qué son esas papeletas rectangulares de color verde que circulan desde la mano del hombre de traje y que sustraía de dentro de algo que abría una vez fuera de su bolsillo? ¿Acaso será un símbolo? ¿Será necesario para la vida? Alimento no parecía pero por el semblante transmitía alegría. Bueno, lo que no se entiende no quiere decir que no exista pensaba, aún así había otras cosas de las que asombrarse, por momentos se daban la mano o se abrazaban, algunas veces parecía que uno estaba gritando. Una de las pantallas había cambiado, titulaba con las palabras Banco interestatal de Medio Oeste y allí solo aparecían cifras, todo era muy desconocido pero clave en la comunicación de estos seres incoloros y aparentemente insípidos aunque pensantes.
Mikka observaba y escuchaba conversaciones. – Resulta ser -decía el hombre bien vestido- que mi mujer ahora quiere remodelar toda la casa, no veo porque, bueno sí lo veo quiere un cambio de status ¡Cómo si necesitáramos más de lo que tenemos! – No se olvide Sr.Rimbau que usted debe mantener cierto nivel – dijo la chica dando vuelta medio torso para dejar tras de sí la pantalla- Es verdad dijo él, pero no creo que estemos en situación de hacerlo, acabo de cambiar el automóvil, todo son gastos. El hombre se retiró y quedaron tres en aquel lugar, junto a la chica (Noella) estaban el del gorro monárquico (Teo) y otro frente a la segunda pantalla llamado Richard. Estando solos Noella dijo: - no le hagáis caso a este hombre, es dueño de varias empresas y nunca cuenta su capital financiero que es más que lo invertido, es el que le da de comer, su mentado estatus y los caprichos de la esposa que por cierto viste en la tienda más cara de la ciudad. - Uy dijo Teo, pues yo no tengo ninguno de los problemas del señor Rimbau, los míos son necesidad pura, los gobiernos ya se han encargado de solucionar los problemas chicos que existían en mi vida, así que poco puedo opinar de cuestiones de estatus.
No logro entender de estos problemas que les suscita la comunicación o la vida misma a esta especie de seres que parecen vivir de espaldas a la naturaleza esgrimiendo según parece otros de menor valía en cualquier escala, cavilaba Mikka. Parece ser que Whitman ha pasado desapercibido para estos exegetas de lo innecesariamente tangible de este mundo
Al menos ustedes dos no tienen la carga de tener que abonar por dormir, es un ítem que se lleva gran parte de mi ingreso, mi único ingreso sea dicho, en fin, el problema es la avaricia, creo que hay ricos porque hay pobres y aunque hayamos nacido como seres inmaculados al buen decir de Rosseau, es la sociedad y de allí los gobernantes que dicen representarlos los que logran cambiarnos introduciéndonos en la malicia -intervenía Richard-
-Quizá diga algo involutivo pero cuando matábamos para comer éramos mejores, ahora matamos y hacemos sufrir también por placer y eso nos ubica en lo opuesto, las sociedades cambian por supuesto, pero hay cosas que no deberían cambiar en lo sustancial, un gran cambio marcaba Marx ha sido la propiedad privada, desde ese momento las sociedades se hicieron más competitivas y el egoísmo se llevó a lo sublime.
Se hizo un silencio y alguien dijo: ¿Y de las monarcas qué? Miraba la estadística del año anterior dijo Noella y …
Mikka ya no escuchaba, había olvidado preocuparse por la vuelta. -¿Cómo haré ahora? Si este tal Teo no se le da por volver a visitarnos moriré de inanición y de soledad. En ese mismo instante Noella decía a Teo que vaya al mariposario a volver a enumerar las crisálidas y marcar si hay alguna a punto de salir de su pupa para anotarlo en el Excel.
Raudamente Mikka volvió sobre su vuelo y marcando el regreso detrás de Teo quién abría la puerta nuevamente, aunque ahora al parecer no iba a volver a olvidar cerrar rápidamente, pero entonces cayó en la cuenta que lo mejor era posarse en alguna parte de su espalda sabiendo que su ínfimo peso no daría ningún aviso a su casual transportista y así lo hizo hasta llegar a la puerta que al abrirse y dio paso a Teo hasta casi toda su envergadura pero algo hizo que Mikka se despegara, se posara sobre una parte del alambrado exterior y la puerta se cerrara sin ella que quedaba aferrada a algo que momentáneamente ni ella misma entendía, no era simplemente que estaba fuera, si no que había destruido su plan sabiendo la consecuencia. Estaba aterrada e inmóvil no sabiendo que hacer pero sospechando que una vez el zigzag de sus vuelos sería ahora mismo el de sus pensamientos. Había recogido sus alas, las que movía suavemente de a dos en forma imperceptible como una actitud nerviosa, hora de actuar – se dijo – abrió sus alas se despegó de las rejas y volvió a la encrucijada derecha izquierda de su vuelo inicial y esta vez guiada por la suave brisa que entraba por una especie de pasillo soleado viró hacia la izquierda, voló en zigzag mucho tiempo hasta que al mirar hacia atrás se percató que era perseguida por un antiguo imitador de movimientos, los dos llegaron a aquella autopista amarillenta de algodoncillos y tras una larga tarde de energía la convirtieron en un proyecto de más energía, amor y libertad.
Hay enfermedades con rasgos contundentes, la mía lleva el gen literario, algo consecuente durante años, seguramente si me hiciera hoy un scanner, aparecerían Cortázar, Borges, Edgar Alan Poe, Flaubert...
El lunfardo ha sido, es quizá, una forma de sentir la vida transmitida de generación en generación, un argot, un contenido mutante que nos hace recorrer la filosofía ciudadana del porteño de a pié, una conjunción de visicitudes atemporales en concepto, pero marcadas en el tiempo mismo de una casta social inmersa en el arrabal de la geografía orillera.