Todo cuento es un relato pero no todo relato es un cuento
El Reinventor
El día de ayer marcó quizá un hito n la historia de la humanidad, ayer el mundo fue privado de un genio singular, uno de los hijos dilectos de la isla de Menorca con indubitables y remotos orígenes itálicos; el célebre inventor Renato Buonocorso, quien fuera declarado oportunamente como: El Reinventor, tuvo la gloria consagrada de vivir su celebridad en el atraso, mientras otros tan famosos como él lo hacían en forma adelantada a la època que les ha tocado vivir, Buonocorso se dedicaba a imaginar, desarrollar, redescubrir inventos ya logrados acaecidos muchos años antes de que su reinventora imaginación lo plasmara en la realidad. Lo cierto es que sus inventos han sido reconocidos a través del tiemo como los inventos ya inventados.
Hombres de la talla de Leonardo Da Vinci, Galileo Galilei o Graham Bell, reconocidos innovadores, futuristas para su tiempo, verdaderamente unos adelantados que vivieron más allá de su época como casi siempre ha ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad con algún tipo de personajes que se adelantan a su tiempo mediante una visión imaginativa y creativa que encumbró sus nombres en la cúspide del concepto de la transformación humana y aunque su visión era si bien en un principio rudimentaria, experimental, luego llevado a la práctica modificaban su presente adelantándose al momento que vivían, logrando anticiparse así y en mucho a sus contemporáneos. En el caso de Buonocorso podemos afirmar sin equivocarnos que su modalidad era exactamente la opuesta, es decir su práctica inventiva daba tumbos hacia atrás consiguiendo lo que nadie: atrasarse a su época, vivir en retroactivo.
Ejemplos hay muchos para quien quiera cotejar. Podemos citar a modo emblemático el reinvento de la cuchara de postre que Buonocorso imaginó y plasmó trescientos años después de que esta estuviera inventada. En efecto, fue un no precursor de inventos, sino más bien un verdadero plagiador consuetudinario. Así, en su dilatada trayectoria fue presentando a la humanidad lo que podríamos llamar reinventos, caducas novedades con las que no logró sorprender, pero que sí intentó reavivar en el atraso de su descubrimiento, así con cientos de años sumidos en la disparidad, presentó lo que se dio en llamar inventos disociados como la lámpara de baño con salpicadera, como también otros de más relevancia como la sábana bajera ajustable, el mechero descartable, al que supo diseñar para marcas publicitarias, terminando su año creativo con el mando a distancia con cables.
En el año 1982, quizá el año más prolífico de su creatividad, redescubrió la barca hinchable, la buonozodiac que murió en el mismo instante de querer ser repatentada. Aunque quizá su reinvento más encumbrado sea uno de sus primeros dedicado a sus hijos que gozaban de la ductilidad de tener la misma habilidad en cualquiera de sus miembros superiores e inferiores, sea este derecho o izquierdo, de allí, de esa necesidad básica de comprensión a la distinción de sus hijos que los alejaba de la mayoría de los otros seres, nació el cuenco especial para caldo con doble asa, indicado únicamente para ambidiestros.
Ayer, 25 de marzo, la muerte ha sorprendido a Buonocorso en su taller creativo, pero aún en sus últimas instancias imaginativas nos vuelve a sorprender con uno de sus últimos desvelos. En sus notas más recientes dejadas seguramente en la constante porfía de generar un aprovechamiento para la posteridad, se encontró unas líneas encabezadas de la siguiente forma:
"Menorca, Marzo 25 de 2008, distraído que me encontrara en avanzar en mis otros inventos, he tropezado con algo maravilloso que seguramente nos dejará una innovación tanto en el campo musical como en aquel que nos posibilitará una alerta ante nuestra a veces adormilada atención, pudiendo el mismo representar un saludo o quizá operado espaciadamente pero fen forma contínua nos posibilite una cierta hilaridad.
Lo cierto es que en un momento dado de mi tarea logré diseñar una especie de campana dispuesta horizontalmente y precedida de un receptáculo con dos pequeños bornes los que por medio de un cable negro primero y rojo el segundo, unidos a una caja que he dado en llamar batería, he logrado un sonido especial derivado de algo que he bautizado membrana. Aunque nunca en mi vida he arriesgado en adelantarme a los resultados de mis imaginaciones, estoy casi persuadido que yo, Renato Buonocorso, en la fecha de marras, siendo las 14,20 de la tarde - horario inusual respecto de mi trayectoria inventiva - he inventado el claxon"
N de la R:
Para no ser menos y estar a las alturas del personaje en cuestión, el autor declara que el presente relato es una copia fiel de uno ya editado, escrito este que ha sido realizado en otro que no es su tiempo, dándole el carácter de reinvento en honor al máximo exponente de la reinvención acaecida e inventada su muerte en la fecha mencionada con anterioridad.
La última página
En un rincón olvidado de la ciudad, donde el asfalto se cubría de sombras y las antiguas
farolas apenas iluminaban los contornos, habitaba un pequeño establecimiento que albergaba una
peculiar colección de libros. Era el refugio de don Gregorio, un vendedor de libros con una barba rala y unas manos que parecían haber acariciado miles de páginas. Se decía que conocía la historia de
cada uno de sus volúmenes, pero a menudo se perdía en las tramas ajenas, como si de algún modo hubiera hecho un pacto con la ficción.
Una mañana brumosa de noviembre, el cuerpo de don Gregorio fue hallado en la trastienda
entre cajas de novelas. cuentos y ensayos, rodeado por una atmósfera de enigmas. La muerte era indiscutible, pero las razones permanecían ocultas detrás de la niebla, igual que las
historias que guardaba en su tienda, no había signos de violencia ni rastro de un asaltante;
simplemente, una vida extinguida sin un claro porqué del suceso.
Al enterarse de la noticia, los vecinos comenzaron a murmurar, cada cual tenía su propia teoría sobre la causa del fallecimiento, algunos afirmaban que un libro maldito había sido la causa, una
novela perdida que prometía riqueza al lector, pero que también traía consigo sombras indeseables, otros decían que don Gregorio había despertado la ira de un autor frustrado, un escritor que había
fracasado en su intento de publicar y cuya obra había sido desestimada por el vendedor. Nadie parecía tener pruebas, pero todos estaban convencidos de que la respuesta estaba allí, oculta entre las
páginas de un libro.
El investigador de la policía, el inspector Jean Fonrouge, un hombre de mirada aguda y
rostro cansado, tomó el caso con recelo, sabía que debía profundizar, que el mundo de los libros era un laberinto donde las palabras podían sellar destinos. Revisó las estanterías, observó la
disposición de los títulos, y encontró un diario desgastado que pertenecía a don Gregorio, donde relataba sus encuentros con autores y lectores, historias que habían cruzado su
camino.
“Hoy llegó un tipo extraño”, leía el inspector mientras el viento arrastraba hojas secas por la acera, “Decía que escribía relatos fantásticos y que buscaba una historia que nunca había podido
contar, parecía obsesionado por un título, algo que decía que lo llevaría a la fama.” El inspector se detuvo, esa frase resonaba en su mente, ¿Qué historia no contada podría estar detrás de la muerte
de un simple vendedor?
Al día siguiente, Fonrouge visitó a varios vecinos en busca de más información. Una anciana, doña Elvira, lo recibió con una taza de té humeante, su mirada era de las que escudriñan, pero a la vez de
las que guardan una carga de secretos no revelados. “Don Gregorio era un hombre generoso,
pero había algo oscuro alrededor de él, siempre hablaba de un tomo especial, un libro que había encontrado en un mercado de pulgas, decía que había llegado a su vida un mes antes de su
muerte.”
“¿Y qué contenía ese libro?” preguntó el inspector, cargando la esperanza de una respuesta definitiva en su voz.
“No lo sé, joven,” suspiró doña Elvira. “Pero él solía leerlo en voz alta, como si invocara algo que no entendíamos y en esa invocación las palabras parecían cobrar vida, y los que lo escuchábamos
quedábamos hechizados, dicen que quien lo lee queda atrapado entre sus líneas.”
Intrigado, el inspector decidió investigar ese libro, regresó a la tienda de don Gregorio y comenzó a explorar más a fondo pasó horas buscando entre los títulos, hasta que un ejemplar polvoriento lo
hizo detenerse, se trataba de una edición antigua, cubierta de un cuero desgastado, sin título en la portada Jean sintió una extraña corriente al tocarlo, como si la piel del libro le hablara en
susurros. Sin pensarlo dos veces, lo llevó a su casa. Esa noche, mientras las sombras danzaban a su alrededor, comenzó a leer, las palabras emergieron ante él como fantasmas atrapados en
oración, relatos de sueños y pesadillas, encuentros amorosos truncados por el destino, tierras lejanas donde el tiempo carecía de sentido. Pero en medio de aquella magia, una historia le causó
inquietud hablaba de un vendedor que había hecho un trato con un ser sobrenatural; a cambio de un conocimiento infinito sobre la literatura, debía entregar su alma.
El inspector cerró el libro de golpe. La idea retumbaba en su cabeza, tal vez no era solo la muerte de don Gregorio lo que estaba investigando, sino un misterio más profundo, un juego de fuerzas
invisibles que manipulaban las vidas de los hombres.
Al día siguiente, Fonrouge volvió a la tienda, decidido a desentrañar la red que ataba a don Gregorio con su trágico final, sin embargo, cuando llegó, el lugar estaba vacío, las estanterías estaban
desprovistas de libros, y una densa bruma cubría el suelo, como si aquello que alguna vez fue real ahora se hubiera disuelto en el polvo.
De repente, escuchó una risa tenue, un eco que resonaba entre las paredes vacías, siguió el sonido guiado por su mente confusa, hasta que encontró una hoja de papel en el suelo, era una carta de
despedida escrita por don Gregorio, en ella se disculpaba por las historias que había vendido y las que había guardado para sí mismo. "Las palabras son poderosas", decía. "A veces, solo se pueden
liberar pagando un precio."
El inspector sintió que el aire se volvía pesado a su alrededor, comprendió que, quizás don Gregorio había pagado el precio más alto por su pasión y en su búsqueda de respuestas, había quedado
atrapado en el mismo laberinto del que había tratado de escapar.
Así, la muerte del vendedor de libros se convirtió en un relato más, un eco perdido entre las obras que aún aguardaban su turno, esperando a que alguien los descubriera. La bruma se disipó poco a
poco dejando tras de sí un silencio sagrado, el mismo que precede a una nueva historia.
Fue entonces cuando el inspector comprendió que nunca lograría desentrañar completamente el misterio, al igual que un efectista narrador en sus cuentos, se dio cuenta de que algunas historias
permanecen en el aire, flotando, esperando ser leídas, pero nunca del todo explicadas. Las palabras, después de todo, terminan siendo como aquellos sueños
inalcanzables.