LA BOCA DE ESA SONRISA
MARK
DIBBUK
NARRATIVA
IVAN
RETRATO AUTOBIOGRÁFICO
Cuando me preguntan:
- ¿De dónde eres?
Nombro el lugar donde resido, en este caso actualmente soy de Menorca, cosa que
sin duda puede cambiar (cambiará) posiblemente. Quizá porque en realidad no soy
de ninguna parte o quizá por que entiendo pertenecer realmente al lugar mismo
donde tengo una vida en ese momento, una de mis vidas.
Claro que no puedo soslayar mi pertenencia de alguna manera a mis orígenes,
como todos, tengo raíces y mi estilo está sobradamente influido de aquello que
fui en mi infancia y juventud.
Nací en Buenos Aires. América es heterogénea aunque se la pinte toda igual
desde este lado de occidente. Todos los países del continente americano se
destacan por su colorido, por su movimiento corporal, por una especie de locura
festiva, por aquella mujer representada por una canasta florida sobre su
cabeza. No es el caso de Argentina, en el Río de la Plata, se pierde el color,
se es más gris, con menos colorido. Lo propio del lugar es la obsesión, hay una
creencia que los problemas se arreglan en el bar de la esquina. La literatura
es una literatura psicologista, hay como dije una obsesión, y quizá el
intelecto supere a la acción misma.
La sociedad de mis orígenes brinda una motivación central para la escritura: La
melancolía. En ciertas sociedades es algo implícito, es una tristeza llena de
vitalidad y energía, algo vivo. A través de la melancolía se logra poseer y
trasvasar esa realidad representada, todo eso se convierte en arte, el arte de
la escritura, de la comunicación.
No puedo negar mi correspondencia con Roberto Arlt, con Cortázar, Borges, Marechal y hasta con el mismo Horacio Quiroga, casi un ermitaño que vivía en mitad de una selva y que fue el precursor
del cuento en argentina con sus: “Cuentos de la selva.”
Hijo de un empresario industrial, profesión esta que a su vez había sido
heredada de su padre, un inmigrante italiano del 1900, me movía en un país que
crecía voluminosamente a un ritmo diferenciado respecto a otras sociedades, aún
las más lejanas, las de otros continentes. Claro que en Argentina todo es y no
es, hoy es la euforia y mañana la depresión, quizá esto sea una parte de esa
melancolía, de ese tango, de esa inmigración que iba a América para “hacer la
América” y volver, pero luego de fabricar una vida, ya no podía, no se podía
volver. Así lo pintó en muchas de sus letras Enrique Santos Discépolo
(Discepolín). Y quizá, con un sentido filosófico, estas apariencias discontinuas
tengan que ver con algo significante literariamente. En Argentina casi no
existen novelistas, es el cuento el verdadero artífice, el género más acabado,
los cuentistas son los más destacados, los novelistas poco abundan o se los
desconocen, allí tenemos a Juan Filloy, un caso testigo, con once novelas
publicadas y para muchos, un desconocido.
Existe una paradoja, la constancia en la historia de la vida de la sociedad
argentina, es la inconstancia, si observamos esa falta de continuidad en todo
el estamento, político, religioso, social, podemos ver por ejemplo, la cantidad
de golpes militares en la corta historia del país, casi ningún presidente
terminaba su mandato legal.
Cuando me refiero a lo literario en comparación con lo expuesto y hago
precisión en un factor intrínseco del ser argentino, comparo la falta de continuidad
asimilada a la novela. El cuento sería, lo es supongo, más apropiado, es una
estructura cerrada que comienza y termina, luego podemos comenzar con otro,
distinto, otra cosa nueva, otra locura, otro golpe de estado a nuestros
pensamientos.
El año de mi nacimiento se había iniciado el declive de un gobierno (el
peronista) que hizo mucho por el crecimiento social. Gobernó por momentos en
forma equilibrada y brillante, pero como contraste y para no ser menos
argentino de lo que simbolizaba serlo, fue un ejemplo de todo lo contrario,
gobernó mal, se excedió en muchas cosas y vio enemigos donde no los había, solo
había personas de distintos pensamientos a los instalados. Hoy es común la
convivencia, en otros tiempos, en los míos, no lo era.
Mis estudios comenzaron en un colegio inglés, allí hice la primaria, en una
escuela medio pupilo. Intenté comenzar mis estudios secundarios (influenciado
por mi amigo Maurice) en un instituto industrial especializado en química, pero
duró poco la influencia, la realidad fue contundente y luego de algunos
desaciertos pasé a un bachillerato menos complicado, menos empírico, más
humanista. Todo terminó con el intento de ingresar a la universidad para
estudiar derecho. Hice el curso de ingreso en la UCA (Universidad Católica Argentina)
me examiné, terminando como uno de las notas más altos: 8,75/10, nunca más pisé
una universidad, solo llegué hasta el ingreso, mi primer escalón fue eso, el
primero y el último.
Trabajé como empleado vendiendo libros, zapatos y otros menesteres, algunos
necesarios, otros no tanto. Años más tarde me desempeñé en una asociación
mutual privada que tenía que ver con la salud, hasta que comencé a hacerlo en
la industria de mi padre por largo tiempo. Luego intenté desarrollar otra
actividad aledaña a la industrial, pero por razones obvias de cambios en los
manejos políticos, ser industrial comenzó a ser como la revolución: “Un sueño
eterno”. Decidí que mi lugar no era más Buenos Aires, que me agobiaban los
ruidos y la gente y me fui acercando al océano atlántico. Mi profesión era para
ese entonces, asesor inmobiliario, abracé esto con pasión, me matriculé, asistí
a cursos, congresos, jornadas especializadas mientras hacía lo mismo en mis
ratos de ocio con la literatura, concurría a talleres literarios, investigaba,
escribía, leía como un loco. En Mar Del Plata, era director de una agencia
inmobiliaria, lo fui por mucho tiempo, hasta que llegaron épocas de cambio. Los
cambios también removían lo sentimental. Soy divorciado de un matrimonio
fallido de corta duración, me había casado joven con una madrileña en Buenos
Aires, tuvo poca importancia en mi vida pero sirvió para darme la
titulación:”divorciado”. Luego ya en otro tiempo conocí a la madre de mis dos
hermosas hijas de la que estoy actualmente separado.
Cuando todo comenzó a dejar de ser lo que era, vamos, a producirse otro cambio
en el país, el contraste me llevó a pensar en unas palabras de mi padre que me
había invitado en un momento especial (de cambio por supuesto) a morir (vivir)
en Europa, invitación a la que hube declinado con una vital convicción.
Convicción que cambió radicalmente (para no ser menos con mi identidad) y que
me llevó directamente a una agencia de viajes, invirtiendo la polaridad con mis
abuelos (paternos y maternos) yo venía a: “Hacer la Europa”.
En esos momentos recordé que mis abuelos maternos eran gallegos, gallegos de
Galicia (vale decirlo porque en Argentina se dice que todos los españoles son
gallegos, cuando obviamente es lo inverso)
Me instalé en una isla de difícil integración, donde resido actualmente, en
otro mar, bello mar Mediterráneo, en otro mundo más pasivo, donde los Aires a
veces no son tan Buenos por culpa de la Tramontana.
Mi paso por la costa sur del Brasil, me hizo volver a
rendirme ante otra tierra en algún tiempo desconocida, hoy Itajaí es parte de
mi vida, como lo es Binibeca donde resalta el verde azulado del mar y las casas
uniformemente blancas.
Los años siguieron pasando y desde la agencia inmobiliaria
de Mahón, volé a la montaña, algunos años dedicado al turismo rural, en lo
agreste, en la montaña, allí el rumor de la brisa sugiere el olor de la vida,
una de ellas, porque al igual que mis personajes mudan, viran, ni yo me atrevo
por momentos a saber donde están. Siempre cambiando, como yo que aquí estoy
esperando por otra vida, por el cambio.