El último viaje
Era una tarde gris de noviembre cuando
Mauricio, un viajante de comercio con más de dos décadas en la
carretera, decidió tomar un atajo que nunca había recorrido. La lluvia caía intermitente, y su vehículo, un viejo sedán que había visto mejores días, crujía con cada bache del camino. En lo profundo
de su mente una vocecita inquieta le susurraba que debía haberse quedado en casa, pero la urgencia de la venta lo llevó a seguir adelante.
Mientras serpenteaba por las carreteras desiertas, se dio cuenta de que el clima era
solo una metáfora del estado de su vida, los tratos no estaban cerrando como antes, las cifras de ventas caían en picada, y su esposa, Ana, había comenzado a mirarlo de manera diferente. ¿Acaso los
compromisos eran más importantes que los recuerdos compartidos? Se sacudió esos pensamientos intentando centrarse en el presente, pero el camino parecía no tener fin.
Al cruzar un puente angosto de barandas oxidadas, notó algo extraño, un auto estaba detenido en la orilla con las luces apagadas y la puerta trasera entreabierta. La
curiosidad lo llevó a disminuir la marcha. "Quizá necesiten ayuda", pensó, aunque sabía que desde hace tiempo debió aprender a no involucrarse en lo que no le concernía.
Al acercarse, observó la figura de un hombre encorvado sobre el capó aparentemente revisando algo. “¿Todo bien?”, preguntó Mauricio, con un tono de voz que traicionaba
su nerviosismo. El hombre levantó la vista; sus ojos eran oscuros, casi vacíos, y a pesar de la distancia, sentía que lo atravesaban.
“No estoy perdido”, respondió el desconocido con una sonrisa inquietante, “Pero me fascina la idea de los caminos que no elegimos.” Las palabras resonaron en la cabeza
de Mauricio como un eco en un túnel. Era difícil determinar si se trataba de una advertencia o un simple comentario.
Mauricio sintió que había metido la pata, sin embargo, el deseo de escapar de su rutina le hizo ignorar el impulso de seguir su camino. "Puedo ayudarte", ofreció,
aunque ya dudaba de su elección, justo cuando el desconocido iba a responder, un estruendo retumbó, y el cielo pareció caer sobre ellos en un torrente de lluvia inusitada, el viajante sintió cómo su
corazón se aceleraba, una mezcla de adrenalina y miedo.
“Vamos bajo techo, no es seguro aquí”, dijo el hombre mientras empujaba suavemente a Mauricio hacia la parte trasera del vehículo. Una decisión impulsiva lo llevó a
seguirlo, dejando atrás su coche y comenzando a descender por un sendero embarrado. En el fondo, algo le decía que ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.
Bajaron hasta un pequeño cobertizo cubierto de hiedra, dentro una lámpara parpadeaba tenuemente proyectando sombras en las paredes húmedas, el aire olía a moho y algo
más, lo que lograba incomodarlo. “Aquí están los caminos que elegimos, y los que nos eligen”, murmuró el extraño, mientras tomaba un viejo mapa arrugado y lo extendía ante Mauricio.
Los lugares marcados parecían familiares, pero a la vez extraños eran ciudades y pueblos que había visitado, cada uno representado con una cruz que vibraba con energía
propia. A medida que el hombre señalaba cada punto, la sensación de estar atrapado crecía en el pecho de Mauricio, era como si los destinos lo miraran, esperando ser reclamados.
“¿Sabes cuál es tu último viaje?”, preguntó el desconocido, con su mirada fija en los ojos de Mauricio, como si pudiese leer su alma. El viajante, ahora paralizado se
sintió atrapado entre la vida que conocía y esta nueva realidad que emergía entre las sombras, opresiva y reveladora. Un escalofrío recorrió su espalda cuando comprendió que la venta que tanto
ansiaba no era simplemente un contrato, sino la negociación de su propia existencia. En un instante, todo se volvió claro y aterrador, los caminos elegidos y los abandonados convergían en ese preciso
momento, y la vida que había dejado atrás parecía diluirse en el aire cargado de tensión.
La tormenta afuera rugía con furia, pero aquí dentro, el silencio se volvía ensordecedor. Maurice sintió que el final estaba más cerca de lo que había imaginado. En
ese oscuro rincón del mundo, comprendió que la muerte no era simplemente un destino, sino una elección latente esperando ser tomada, sus manos temblaron al recordar a Ana, y un torrente de emociones
lo inundó, sin embargo, el desconocido sonreía, como si todo estuviera predeterminado.
El último viaje, pensó Mauricio, tal vez no era un camino por recorrer, sino una verdad que había ignorado. Y entonces, el mapa comenzó a desvanecerse en una niebla
gris, llevándose consigo los ecos de su vida, dejándolo a merced de lo que vendría.