El porqué de las cosas
En la vida de un escritor hay inconmensurables situaciones que aparecen en su mente como meras ensoñaciones que derivan en la siempre auto venerada creación.
Una de ellas refiere al uso de pseudónimo; variadas son las razones para su uso, supongo que la ambigüedad es una de ellas o quizá preservar un apellido ya que lo que se escribe no es a gusto de todos, o encontrar que su nombre verdadero no suena bien en oído ajeno, ninguna de estas ni otras pertenece a mi motivación, para definir la mía solo diré que está determinada simplemente por homenajes que perviven en mi fuero interno y que tienen como basamento la palabra que es la materia que permite contrabandear pensamientos hacia lo externo combinando mi identidad con mi otro yo.
Las causales tienen lugares preferenciales como ser el nombre: Julián, esto es un acrónimo que define el nombre de mis hijas: Ju – Julieta / An – Antonela, no hace falta definir la evidencia que es el amor el enclave de tal designio.
Busto tiene en realidad dos orígenes, el primero, y como no literario, hace honor a la sublimidad de la escritura encarnada por Borges con su pseudónimo en este caso compartido con Bioy Casares en una serie de escritos, si bien el referido es Honorio Bustos Domeq, he quitado la ese para dar valor al segundo origen que tiene su cauce en una persona que ayudó a mi creatividad cuando vivía en “La isla de la calma“cuyo apelativo era Dely y su segundo apellido Busto.
Vallés tiene que ver con ser un apellido catalán con fuerte representación en la región que ha dado cobijo a horas fundamentales en una de mis vidas, además que ha sido fuente de creación de obras literarias respecto al linaje del mismo y lo más importante, sus blasones representan un recordatorio de su compromiso con la sociedad y el bienestar de los demás.
Julián Busto Vallés
Retratos de mi ciudad
Mi infancia ha sido un paso agradable, supongo que una parte de esa felicidad que he sentido en ese tiempo es que había mucha gente cuidándome, como mis abuelos paternos que eran muy cercanos para mi, bueno además debo decir que prácticamente estuve rodeado de mujeres, primas por ejemplo con las que compartí mucho tiempo y juegos.
JOE PLOMO
¿Quién era? ¿Por qué llenaba con su nombre aquellos muros de la ciudad?
Me llamaba mucho la atención que en todos los muros había escrito JOE PLOMO, te invitaba, te desafiaba con frases cortas en toda la ciudad y abajo su desafiante firma o simplemente su característico nombre. A veces decía “Conoce a Joe” o “Ven te desafío” Lo cierto es que la ciudad estaba llena de esos escritos sobre cualquier muro que tuviera un pequeño espacio libre. Siempre traté de imaginarme como sería en persona, me lo imaginaba alto forzudo con bigotes con manos como tenazas pero a la vez con la posibilidad de ofrecer amistad a un selecto grupo de amigos, Joe era todo un personaje que imponía tan solo con presencia. Bueno mi imaginación nunca se agotaba a la hora de soñar, pero a veces me daba de bruces con una realidad contundente que nada tenía que ver con lo imaginado, aunque a veces contectaba con la realidad y era menos desilucionante.
No había dejado pared sin su firma, aunque a veces se cambiaba el apellido como por ejemplo JOE MATA o JOE NO TE QUIERE EN LA CIUDAD. Me aconteció cierto día que me paré en un nuevo muro que era bastante alargado y parecía algo escrito bastante reciente, bueno a mí me lo parecía, por un momento delante de la escritura apareció alguien de baja altura, con un polo negro y una calavera en el medio de su pecho, tenía unos brazos muy trabajados a base de esfuerzo en el gimnasio, te miraba fijo y su cara era de pocos amigos llevaba en su mano derecha un bolso negro y su pelo era corto y renegrido. Lo miré por un instante, aunque en un principio no pensé nada especial sobre aquel hombrecillo que estaba como una estaca delante del muro.
En mi camino de regreso a casa sin embargo, parecía sentir como si alguien me siguiera, en forma contínua miraba hacia atrás para confirmar tal seguimiento pero la verdad que fue pura imaginación, pensando iba yo hasta que me detuve y dije con voz algo desencajada: ¡Es èl, es JOE!
Siempre mantuve ese presentimiento que ese día había conocido al famoso JOE PLOMO, quien haya vivido o atravesado las calles de aquella mi ciudad natal sabe de que hablo.
MUERTE EN EL BARRIO
A escasos cien metros de mi casa por aquella avenida que une la capital con el sur había un comercio que se llamaba “Don Honorio” así decía mi Nona: “Andá a lo de Don Honorio y decile que te de 200grs de manteca” o cosas por el estilo, era una pequeña almacén regenteada por el mismo Honorio que en realidad se llamaaba Honorato Carmalinghi, su esposa y su cuñada y los tres tenían la enfermedad de acondroplasia, que se le llamaba enanismo vulgarmente. Lo cierto es que unos de esos días que caminaba hacia la librería de Don Alonso, vi salir de aquel pequeño almacén algo envuelto en una sábana blanca manchada de rojo. Me paré y vi que estaba lleno de policías y curiosos mirando, así salieron dos más envueltos también en sábanas o algo así y los iban metiendo en una especie de ambulancia. Estuve largo rato a pesar del intento de dos personas uniformadas para despejar la zona, la gente no dejaba de acumularse lo más cercana a la pequeña puerta del local.
Pronto vi una cabeza conocida que destacaba por su altura, era el Bochi, el hijo del francés, el tendero del barrio, y el portero de nuestro equipo de barrio, se fue acercando y fue él quien me contó lo que había sucedido.
Hacía un par de meses el gomero de Cincotta que era el nombre de aquella gomería que estaba en esquina cruzando la avenida había contratado un nuevo empleado que arreglaba las ruedas de coches y camiones, ese hombre recién llegado al barrio se dedicaba según parece a vigilar el almacén de el viejo Honorio o sea que sabía a través de su vigilancia cuando podía haber una buena recaudación. Así que solo tenía que cruzar la calle, entrar y llevarse el dinero. Todo pasó así con la salvedad que la cuñada del almacenero estaba hirviendo agua en una pequeña cocina casi a la vista de ese mostrador en forma de ele construído con granito amarillento. Vino la amenaza para que le entreguen la recaudación pero el delincuente no se percató que la mujer había tomado las azas de la olla con agua hirviendo y le volcó toda esa agua al malhechor, este tenía a la mano los cuchillos jamoneros con aquel filo y mientras se removía de dolor por las quemaduras acertó una puñalada a la pobre cuñada y saltó el mostrador y se despachó con el resto de la familia.
Yo era muy jóven y escuchaba a Bochi y no podía creer lo que me estaba contando, recordaba a Don Honorio, una persona afable, regordete, bajito con pelo corto y bigotes y me lo imaginaba en el suelo desangrándose junto a su esposa y cuñada. Todo era sangre, yo me asomé y vi por última vez el pequeño almacén donde hacía la compra requerida por mi Nona.